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ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL

01/12/2017

Ruta Ignaciana del arte religioso en la Guipúzcoa interior


Guipúzcoa es una tierra volcada al mar y, en apariencia, más dada el trabajo que a la devoción. Sin embargo, en su interior, de abruptos perfiles abiertos a cuchilladas por los ríos, esconde numerosos lugares para el cobijo de la fe. Son templos como los santuarios de Loyola y de Arantzazu, o la ermita de La Antigua, todos encajados en parajes bellísimos y levantados con dispares estilos arquitectónicos. Es conocida como la Ruta Ignaciana, en honor al patrón de esta provincia: San Ignacio de Loyola.

MAPA DE LA RUTA IGNACIANA

El primero con el que topa el viajero si viene desde el Cantábrico es el Santuario y Basílica de San Ignacio de Loyola. Es un complejo monumental y religioso construido en el barrio de Loyola de la villa de Azpeitia, a orillas del río Urola.

Destaca por su rotunda y magnífica estampa que, pese a la grisácea uniformidad de la piedra (el mismo color que el cielo plomizo de estas tierras), la primera mirada se dispara hacia la majestuosa cúpula de 65 metros de altura. Fue diseñada el arquitecto italiano Carlos Fontana, discípulo de Bernini, aunque la levantaron maestros vascos.

La entrada a la basílica, con su cúpula circular y profundamente decorada, produce una sensación de majestuosidad. A pesar de que las obras de construcción se iniciaran en 1689, no se remataron hasta finales del siglo XIX.

BASÍLICA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

Muy cerca, casi escondida, como al margen de todo el complejo que se ha levantado a su alrededor, está la llamada "santa casa". Robusta, como toda construcción que fue mitad vivienda y mitad fortaleza, se ubica la Casa-torre solariega de los Loyola, donde nació San Ignacio de Loyola en 1491, patrón de Euskadi y fundador de la Compañía de Jesús, que en realidad se llamaba Iñigo López de Loyola. Este era hijo del señor de Loyola, Beltrán Ibáñez de Oñaz, cabeza del bando de los Oñacinos, y de la ondarresa Marina Sánchez de Licona, miembro de una importante familia oñacina vizcaína.

La Compañía de Jesús se convirtió en una poderosa institución que tenía mucha influencia en la cúpula dirigente católica. Ignacio, su fundador, fue nombrado santo y, como era lógico, su casa natal pasó a ser un lugar de devoción.

En esta casa fortaleza retrocedemos cinco siglos en el tiempo para descubrir cómo era la vida cotidiana de la noble familia. La cocina, las habitaciones, el oratorio o la sala de armas muestran el lado humano del santo, y la ponen contrapunto a la espiritualidad de la basílica.

BASÍLICA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

Tras dejar Loyola, el camino lleva a Azkoitia, una villa señorial en el valle del río Urola, que conserva un importante grupo de casas solariegas. Un poco después la carretera se adentra en un paisaje más abrupto con curvas. Al final, el valle de Urola suaviza el perfil de la montaña y abre el hueco necesario para que se levanten dos localidades, Zumarraga y Urretxu, separadas por el sutil fluir del agua.

El casco antiguo de Urretxu gira alrededor de la plaza Iparraguirre, donde se levantan casas solariegas y el bello palacio Ipenarrieta-Corral.

Zumarraga es célebre por ser la cuna de Miguel López de Legazpi, conquistador de Filipinas y fundador de Manila. Su ayuntamiento, con fachada de estilo neoclásico, tiene un precioso salón de plenos modernista. En esta villa se encuentra otro de los lugares santos de peregrinación por Ignacio de Loyola y punto clave de nuestro recorrido en la ruta de los tres templos, la Ermita de Santa María La Antigua. Está considerada como la catedral de las ermitas vascas.

Los primeros indicios de la iglesia datan del año 1366 y fue parroquia de Zumarraga hasta 1576, año en el que la iglesia municipal pasó ser la de Santa María de la Asunción, en el centro del pueblo.

Situada en una colina, esta ermita es todo lo contrario al santuario de Loyola. El edificio no impresiona ni se impone en el paisaje, debido a su sencillez y austeridad. Es un templo románico de los siglos XII y XIII construido sobre un antiguo fuerte defensivo, con elementos góticos añadidos. Dice la leyenda que su pétrea piel le fue otorgada por los gentiles vascos, seres mitológicos, que con ayuda de hondas, lanzaron desde la cumbre del monte Aizkorri las piedras para su construcción.

Más espectacular aún que la leyenda es la vista interior del templo. La madera de roble se convierte aquí en vigas, tirantes, tornapuntas, jabalcones y zapatas, y sin utilizar ni un solo clavo. Al menos, hasta la rehabilitación de 1990, que introdujo el uso de este elemento.

Sobre tan bella osamenta, la ermita tiene cabezas femeninas y figuras geométricas dibujadas. Si se fuerza la vista, se puede apreciar el recuerdo pictórico de una escena de caza con un dragón. Son dibujos casi infantiles, sencillos y hermosos. Como hermosa es la imagen que preside el templo: una escultura de la Virgen sosteniendo a su hijo en el brazo izquierdo, y con una manzana en la mano derecha. Su enigmática sonrisa nada tiene que envidiar a la de la Gioconda.

ERMITA DE MIRANDAOLA

El camino sigue y deja a un lado Legazpi, una de las villas más antiguas de Euskadi, cuyo templo religioso más destacables es la Ermita de Mirandaola. Cerca de esta villa está la ferrería de Mirandola, donde intentan mantener viva la tradición de este oficio y hacen demostraciones para los visitantes.

La carretera asciende hasta pasar el último escollo montañoso antes de llegar a Oñati, la villa monumental que el pintor Ignacio Zuloaga bautizó como la "Toledo vasca". En el rico conjunto monumental de la villa destaca sobre todo la sobria Universidad plateresca de Sancti Espiritus.

UNIVERSIDAD SANCTI ESPIRITUS DE OÑATE

Oñati queda atrás en el valle del mismo nombre, y la carretera vuelve a alzarse por la sierra de Aizkorri hasta llegar al Santuario de Nuestra Señora de Arantzazu, levantado en honor a la patrona de Guipúzcoa. Este no es un templo clásico, ya que Arantzazu es vanguardia en su totalidad. Su estructura contiene tres torres de piedra labradas y el friso de la fachada, con catorce apóstoles, una imagen de la Piedad.

En el interior, el altar tiene seiscientos metros cuadrados de madera tallada y policromada; en la cripta hay pinturas, y en los muros, vidrieras polimorfas. Todo se debe al genio coral de un grupo de artistas: Oteiza, Chillida, Sainz de Oiza, Laorga, Núñez, Basterretxea, Álvarez de Eulate, etc.

El emplazamiento tiene una historia más clásica, incluida una aparición de la virgen allá por 1468. Luego vendría la ermita, la calzada para llegar al recóndito lugar, los franciscanos y las guerras, que se empeñaban, una y otra vez, en destruir el pequeño santuario. Hasta que en 1959 se inició la construcción del templo actual.

La historia es similar a la de otros santuarios, pero aquí ha tenido un colofón vanguardista. Lo curioso es observar en el altar la figura de la virgen de Arantzazu, una talla en piedra del siglo XIII. Entre tanta grandiosidad, la virgen mide solo 36 centímetros.

SANTUARIO DE ARANTZAZU

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