En
1638, durante el transcurso de la Guerra de los Treinta años, una
gran flota holandesa se presentó en aguas del mar Caribe con la intención de
capturar los galeones de la Carrera de Indias cargados de metales preciosos y
productos americanos con destino a la península.
Aquel
año, la Flota de Tierra Firme que partía desde Cartagena de Indias estaba
dirigida por Carlos de Ibarra, un
experimentado marino de Eibar que dirigía armadas españolas desde 1616. Era un
aventajado subordinado de Fadrique de Toledo que atesoraba en su haber varios
éxitos navales, su logro más reciente fue conquistar y limpiar el nido de
piratas que era la isla Tortuga en el mar Caribe. Su segundo o almirante era Pedro de
Ursua.
COMBATE ENTRE GALEONES ESPAÑOLES Y HOLANDESES
Entre el 30 de agosto y el 3 de septiembre de 1638, tuvo lugar el combate de Cabañas en
aguas caribeñas de una zona conocida como Pan de Cabañas (cerca de La Habana) entre
la flota naval y mercante de Carlos de Ibarra y una armada holandesa al mando
de Cornelis Joll "Patapalo". Se trataba de una flota de 17 buques
cosarios proveniente de los Países Bajos con la intención de capturar el
valioso contenido de los transportes españoles. Habían zarpado desde sus bases
en la costa brasileña, recién conquistadas, con bastión principal en la
estación naval de Pernambuco.
La
flota de Carlos de Ibarra estaba compuesta por un siete galeones de
combate (algo escasos de gente y de armamento) y un patache, a los que se
añadieron la almiranta de Honduras, la urca mercante La Portuguesa y
tres fragatas mercantes. Fue sorprendida por una escuadra que la doblaba en
número de navíos de guerra, pero lejos de pensar en claudicar, Ibarra ordenó
preparase ante un eminente ataque: ordenó levantar protecciones con cables
gruesos en las bandas, preparar curas para atender a los heridos, tener lista
la pólvora en cartuchos y disponer de cubos de agua por doquier, pero tales
precauciones se tomaron contra una fuerza enemiga estimada, todo lo más, en
nueve buques. Dada la importancia de mantener a salvo la carga, ordenó a
sus buques de guerra que protegieran a los débiles mercantes formando una línea
frente a ellos.
La
capitana holandesa de 54 pieza de artillería se lanzó junto con otras tres más
contra la capitana de Ibarra para intentar el abordaje. Este, siguiendo la
mejor y tradicional táctica española, esperó retener el fuego hasta estar
pegada a la capitana holandesa, para sorpresa enemiga, lanzar una andanada de
artillería reforzada por el fuego de mosquetes y arcabuces.
Cuando
la nave holandesa de Joll chocaba con la de Ibarra, el almirante español gritó
abrir fuego. La intensa lluvia de bolas metálicas de los cañones y otros tantos
arcabuces disparados en varias descargas sobre los sorprendidos atacantes
barrió las cubiertas. Resultó tan letal la embestida española, que decidieron
separarse para tratar de batir a los españoles a distancia.
En
la refriega Ibarra sufrió heridas en cara, brazo y piernas, y su buque fue
acribillado también, donde se encontraban otros 25 muertos y el doble de
heridos. La nave almiranta de Pedro Ursúa se enfrentó a su homólogo holandés,
sufriendo varios muertos. Con menos intensidad también lucharon entre sí el
resto de los buques de ambas escuadras. Tras seis horas de duro cañoneo entre
ambas armadas, los holandeses se retiraron, pues sus buques habían sufrido
graves daños y sus tripulaciones habían sido diezmadas.
COMBATE DE CABAÑAS
El
3 de septiembre, los holandeses volvían a la carga, en esta ocasión con solo 13
buques de los 17 iniciales contra los 8 galeones españoles, una urca y un
patache, limitándose al cañoneo a media distancia. Sabedor de que esta
estrategia le permitía aprovechar su ingente número de piezas de artillería y
la mayor preparación de sus hombres, el almirante Joll se dedicó durante horas
a disparar cañonazos sobre sus enemigos y, especialmente, sobre el bajel de
Ibarra.
Pero
en esta ocasión, la vanguardia de la defensa española estuvo liderado por el
galeón Carmen de Sancho Urdanivia, que fue separado de la formación principal
por el viento y cañoneado por varios enemigos.
Con
todo, y tras un intenso combate los holandeses se dieron por vencidos y
abandonaron definitivamente la contienda. Los españoles lamentaron otros
54 muertos y unos 200 heridos, la mayoría pertenecientes al buque de Urdanivia.
Mayores aún fueron las pérdidas holandesas, entre los que se encontraban el
vicealmirante Abraham Rosendal, el contralmirante Jan Mast, o el comandante Jan
Verdist, aparte de otros jefes y comandantes.
CUBIERTA DEL GALEÓN CARMEN DE SANCHO DE URDANIVIA
Eran
considerables las pérdidas y daños sufridos en los buques españoles. Además, el
día 5, se sumaron a la flota holandesa nuevos refuerzo, hasta llegar a 24
naves. Finalmente, la flota que dirigía Carlos de Ibarra decidió marchar rumbo
a Veracruz y salvar los convoyes mercantes.
Aún
en retirada, la flota holandesa siendo superior perdió la ambición de un tercer
ataque, ante ante lo cual Ibarra desafió al enemigo, deteniendo su escuadra
para esperarles y hasta iluminando su barco de noche para indicar su posición.
A los holandeses no se les volvió a ver más, su derrota ante un enemigo tan
numéricamente inferior sembró la consternación.
Para Ibarra, resistir fue vencer y, finalmente, la flota española pudo llegar a Veracruz (México) el 22 de septiembre. En julio de 1639, esta flota llegaba a Cádiz, su destino final, cargado con las mercancías acumuladas durante años.
Para Ibarra, resistir fue vencer y, finalmente, la flota española pudo llegar a Veracruz (México) el 22 de septiembre. En julio de 1639, esta flota llegaba a Cádiz, su destino final, cargado con las mercancías acumuladas durante años.
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