Las revoluciones y desamortizaciones supusieron un trauma para la Iglesia y le privaron de muchos recursos durante el siglo XIX (Cataluña, País Vasco), revitalizaron sus energías y le enseñaron a moverse con una mayor autonomía. De entrada, se reordenaron las estructuras de gobierno del territorio diocesano.
En 1862 se creó el Boletín Oficial del Obispado como vehículo de las órdenes episcopales y garantía de su difusión. En 1863, se aprobó una nueva división de la diócesis en arciprestazgos, que sustituía a la época medieval. El arreglo parroquial, que se alcanzó con el gobierno de 1880, supuso la reordenación de las parroquias y las plantillas del clero secular, de acuerdo con las necesidades de la población y los cambios en su distribución. Este nuevo sistema trajo consigo la eliminación de los patronatos parroquiales y concentró en el obispo todas las facultades de designación y remoción de clérigos, así como la propiedad de los templos y otros bienes de las parroquias.
Aun cuando tempranamente había muestras de Anticlericalismo, no tomó cuerpo hasta finales del siglo XIX, sobre todo en el primer tercio del siglo XX en la capital y en los grandes pueblos de la Ribera, hasta culminar en la Segunda República (1931-1936).
En el terreno económico y social, la Iglesia navarra destacó por el impulso al cooperativismo agrario en el primer tercio del siglo XX, extendido por los sacerdotes Antonio Yoldi y Victoriano Flamarique, apoyados por el obispo José López-Mendoza (1900-1923). Esta actividad de la Iglesia reforzó el papel del clero rural y contribuyó a que amplios sectores sociales se mantuvieran fieles a ella. Con todo, la Iglesia navarra destacó por su Tradicionalismo. En el siglo XIX y en los inicios del XX buena parte del clero era proclive al Carlismo; una minoría se orientó hacia el Nacionalismo vasco, en especial desde 1920.
LAUREDAS CARLISTA Y NAVARRA |
No hay comentarios:
Publicar un comentario