En el año 970, moría García I Sánchez,
sucediéndole en el trono sus hijos Sancho II Garcés Abarca y Ramiro
Garcés Abarca. El primero controlaba Pamplona y el núcleo primigenio del
reino, y el segundo, Viguera y las conquistas dinásticas de La Rioja. Esta
situación no suponía la división del reino ya que Sancho II siempre mantuvo una
superioridad sobre su hermano. Los diplomas de la época explicaban la relación
jerárquica que relacionaba a ambos: "regnante… príncipe nostro Sancio
in Pampilona, et sub illus imperio frater eius Ranimiro in Vekaria et in Leza".
Ramiro fue atesorando una buena experiencia militar
durante el reinado de su padre, actuando en la complicada zona fronteriza de La
Rioja. Por otra parte, Sancho II estuvo gobernando el Condado de Aragón junto a
su tutor Fortún Jiménez. Al coronarse rey de Pamplona, encomendó la gobernación
de Aragón a su madre Urraca, primero, y a su hermano Gonzalo, después. El rey
necesitaba controlar todo el reino delegando el gobierno a alguien de su máxima
confianza, como eran los miembros de la familia real, y estos gobernantes a su
vez debían concentrar todos sus esfuerzos en el área concreta asignada.
SANCHO II ABARCA
Mientras tanto, los reinos cristianos enviaban
misiones diplomáticas a la Córdoba de Al-Hakan II, califato que se encontraba
en el máximo de su esplendor y poder político, económica, cultural y militar.
En agosto del 971, coincidieron en Córdoba los embajadores procedentes de
Pamplona, León, Burgos y Monzón, tratando de renegociar las fuertes exigencias
califales.
La embajada pamplonesa estaba encabezada por Velasco,
gobernador de Nájera, que no llegó a ningún acuerdo. Un mes después, Jimeno, el
hermano del rey, consiguió un nuevo acuerdo, pero quedándose allí como cautivo
para garantizar el cumplimiento de lo pactado por parte de sus parientes.
Aprovechando que la mayor parte del Ejército cordobés
se había concentrado en el Magreb, los castellanos atacaron la zona de
Medinaceli (Soria), en el 974. Al año siguiente, junto a leoneses y
navarros, regresaron e intentaron la toma del castillo de Gormaz. El
general Ghalig, de gran experiencia y habilidad en los campos de
batalla, supo aprovechar las diferencias del campamento cristiano y les derrotó
en Langa.
El ejército del valí de Zaragoza, Abd
al-Rahman al-Tuyibí, se dirigía hacia Gormaz para apoyar al cordobés, cuando se encontraron en Estercuel (Teruel) a los pamploneses de
retirada. Los navarros fueron derrotados nuevamente y la campaña
cristiana resultó un desastre.
A pesar del correctivo, el rey Sancho II y el conde
castellano García Fernández continuaron su alianza. Cuatro años más tarde, en
el 979, ambos magantes marcharon en una expedición conjunta por tierras de
Soria y Guadalajara. Las buenas relaciones eran fluidas entre ambas familias
tanto en lo político como en lo militar.
A la muerte, en el año 976, de Al-Hakam II le sucedió
su hijo Hisham II, un niño que quedó bajo la tutela de Abi Amir
Muhamad (Almanzor). Se trataba de un hayib, especie de primer ministro, con
ansias de porder que no dudó en conspirar contra el mismo califa. Era tan
peligrosa su posible llegada a poder califal que los reinos cristianos
acordaron aliarse con su tradicional enemigo. Pero Almanzor consiguió derrotar
en la batalla de Torrevicente (Soria) al califa Hisham II, a su gran general Ghalib, e
incluso a Ramiro de Viguera, que dirigía las fuerzas cristianas. Una semana
después, Almanzor volvía a derrotar a los cristianos en Rueda (Valladolid),
esta vez de forma rotunda, reafirmando su poder en Córdoba.
Como la muerte de Ramiro suponía un duro golpe para la
capacidad defensiva de Pamplona, Almanzor organizó otra expedición saqueadora
por tierras del río Ebro al año siguiente. Tras destruir y someter todo lo que
encontraba a su paso, hizo firmar al rey pamplonés un tratado bastante
humillante que consistía en la entrega de su hija Urraca para su harén. Más
tarde, nacería Abd al-Rahman Sanchuelo, hijo de Urraca y Almanzor.
A pesar de esta relación familiar entre ambos estados,
Almanzor continuó saqueando las tierras del norte peninsular verano tras
verano. Cualquier duda en la conducta de sumisión al califato se traducía en
una expedición punitiva inmediata. Del total de 52 aceifas que se organizaron
bajo el califato de Almanzor, 9 se desarrollaron en tierras navarras. En una de
ellas murió uno de los hijos del rey, Ramiro Sánchez. La aceifa más
terrible fue la del año 992: Almanzor tomó la fortaleza de Uncastillo, cruzó
toda Navarra asolando las tierras y atravesó los Pirineos llegando a Gascuña.
Los
deseos de Almanzor eran órdenes inapelables para todo aquel que se hallase
sujeto a su dominio. Así pues, el 4 de septiembre de ese mismo año 992, Sancho II
Abarca se presentó en la Corte de Córdoba para rendir pleitesía a Almanzor y al hijo de
éste, Sanchuelo, a su vez nieto del navarro, así como los cincuenta caballeros de
Pamplona, algunos de ellos pertenecientes a la familia real. Estos fueron
mandados ejecutar más tarde, en 995, capturados en Uncastillo y otras plazas,
que habrían sido llevados a Córdoba en calidad de rehenes para garantizar la
paz.
Según
la crónica de Ibn al-Jatib, Almanzor adoptó sus previsiones para la recepción
de tan ilustre visitante. Aquel día se hallaban dispuestas en su palacio Medina Azahara sus unidades regulares y de voluntarios a caballo. La muchedumbre de
musulmanes, el lujo de las armas, la magnificencia de su desfile y exhibición
de poderío, impresionaron poderosamente al monarca pamplonés, de costumbres
mucho más sencillas, que no esperaba encontrar este recibimiento. Allí se
encontraba, rodeado de ministros, generales y altos funcionarios, el hijo de su
hija, Abdarrahman Sanchuelo, hijo también de Almanzor, que contaría por
entonces nueve años de edad.
El
rey Sancho, al llegar junto a su nieto, desmontó, y aproximándose a él, le besó
la mano y el pie, a fin de que se supiese quién ejercía el poder y la
autoridad. Cabalgando de nuevo, sirvió de escolta al pequeño Sanchuelo camino
de la recepción; a ambos lados del recorrido cubrían la carrera guerreros
uniformados con centelleantes corazas y bien pertrechados, tanto ellos como sus
caballos. El visitante cristiano, sobrecogido de espanto, llegó a la sala de
audiencias de Almanzor. Allí se le mostró el hayib en todo su esplendor y
magnificencia, rodeado su trono de ministros y dignatarios. Sancho cayó de
rodillas besando el suelo, hasta que Almanzor le hizo señas de que se acercase,
mostró pleitesía hayib, a una palabra del cual obtuvo permiso para sentarse en
una silla de oro. Y ante una nueva señal suya, el pueblo se dispersó y el
visitante se quedó a solas con Almanzor. Entonces pudo éste entrar en materia y
otorgar a su suegro la merecida reprimenda. Así hasta que fue despedido, no sin
antes mandar que se buscasen ropas lujosas con que obsequiar a los visitantes.
Y fue de este modo como Sancho de Pamplona aseguró una paz para su pueblo que
habría de durar sólo dos años. Muy probablemente dejaría algunos rehenes en su
visita para afirmar el pacto.
LA CORTE DE ABDERRAMÁN, POR DIONISIO BAIXERAS
Otra
recepción tuvo lugar en Córdoba en el 993, entre Gonzalo Sánchez de Pamplona, uno de los tres hijos de Sancho II
Abarca, y el poderoso amirí. Hizo el viaje en nombre de su padre para tratar de
ajustar una paz que tal vez se habría deteriorado algo.
En esos tiempos León sufría un guerra civil y Castilla
se recomponía como podía de las sucesivas acometidas cordobesas, por lo que
Sancho II busco protección en Gascuña. Allí, el conde Guillermo Sancho estaba
casado con Urraca, la que fuese anteriormente esposa de Fernán González de
Castilla.
REINO DE VIGUERA
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