La aportación recibida por historiadores y geógrafos griegos y latinos sobre las tribus prehistóricas del norte peninsular ha sido de vital importancia para conocer su ubicación geográfica y sus estilos de vida. El legado aportado durante la romanización por Tito Livio, Estrabón, Pomponio Mela y Plinio en el siglo I d.C., y por Ptolomeo en el siglo II d.C. ha servido de gran utilidad para conocer la extensión geográfica de las tribus del norte peninsular.
A la llega de los romanos, el norte peninsular estaba formado por una compleja amalgama de pueblos de orígenes muy diversos, que se distribuían por el territorio de manera un tanto diferente según fue transcurriendo la conquista y se fueron sucediendo varias reformas en la administración territorial. Desde el oeste hacia el este, los pueblos prehistóricos que ocuparon los territorios de Navarra y Vasconia fueron los siguientes:
PUEBLOS PREHISTÓRICOS DEL NORTE-CENTRO PENINSULAR |
Ocupaban la Rioja alavesa, la Rioja alta logroñesa, y algunas zonas ribereñas del Ebro en Navarra y Álava. Su capital era Varia, de discutida localización entre La Custodia (Viana) y el monte de Cantabria, cerca de la ciudad romana de Vareia (Logroño). Es posible que ciudades como Gracurris y Calagurris, tras ser vencidas por los romanos, fuesen entregadas a los vascones por su colaboración, y que esto mismo se hiciese con el resto de su territorio. Su epigrafía y toponimia eran celtas y vascas, y su teonimia mayoritariamente celta.
El carácter céltico de los berones está fuera de toda duda, pues al reconocimiento implícito que de esta identidad hacía Estrabón hay que sumar los restos lingüísticos que han dejado en monedas y téseras de hospitalidad (pequeñas láminas metálicas simbólicas), así como los antropónimos y topónimos que se conservan. Los restos arqueológicos de su ajuar material (armas, utensilios, recipientes), las ruinas de poblaciones y fortificaciones y los ritos funerarios también indican esta procedencia.
A continuación, siguiendo el litoral cantábrico de oeste a este, se encontraban tres tribus diferenciadas e independientes, de origen indoeuropea, cuya epigrafía, y toponimia era celta, aunque parte de su teonimia estaba vasconizada.
BERONES |
También llamados Allotrigones, se extendían por el norte el territorio comprendido entre el norte de Burgos, los ríos Saurio (Asón) y Nesua (Nervión) y el litoral Cantábrico. Se extendía, por tanto, por la Vizcaya occidental, la Cantabria oriental, el Burgos de la Bureba, el tercio occidental alavés, y quizá una parte occidental de La Rioja actual. Virovesca (Briviesca) es conocida por los autores romanos como la capital de este pueblo. De su romanización surgiría el actual pueblo castellano y su lengua latina.
También llamados Carietes, asentados en el norte desde el Nesua (Nervión) hasta el río Deva (Deva), ocupaban la Vizcaya oriental, la Guipúzcoa occidental, y la zona central de Álava hasta la sierra de Cantabria por el sur. Sus ciudades principales era Tullica (Tuyo) y, emplazadas sobre la calzada romana que iba de Astorga a Burdeos: Suessatio (probablemente la actual Zuazo) y Veleia (Iruña de Oca).
La irrupción con mayor fuerza del cristianismo en la antigua Caristia introdujo gran número de palabras latinas, lo que hace que el euskara de los descendientes de los caristios, los actuales hablantes de vizcaíno o dialecto occidental, posea, en comparación con otros dialectos, el mayor porcentaje de términos de origen latino.
AUTRIGONES |
Estaban concentrados por el norte desde el río Deba hasta el Bidasoa, es decir, la Guipúzcoa oriental hasta el occidente de Navarra, y al sur hasta parte de Álava, limitando por el este con los vascones. Los centros urbanos más importantes eran Tullonium (Alegría) y Segontia Paramica (Ocáriz). Ambos pueblos se encontraban originalmente constreñidos en la parte más meridional de estos territorios, pero tras las Guerras Cántabras se extendieron por las laderas montañosas que llegan hasta el Cantábrico. En tiempos del emperador Claudio, y tras la reorganización administrativa que realizó, los várdulos hubieron de ceder una salida al mar a los vascones por la zona de Oiasso (Irún).
De ellos descienden los actuales hablantes de guipuzcoano o dialecto central del euskara. Posiblemente el término de origen celta várdulo proceda de la raíz Bar-, que significaba "limite", "extremo" o "marca fronteriza", por lo que Vardulia significaría "tierra fronteriza". Esta traducción viene avalada también por la del actual topónimo Gipuzkoa/Guipúzcoa, que proviene de la raíz vasca Ipu-, cuyo significado es "borde" o "límite", al que se le añade el sufijo -oa que significa "comarca" o "tierra". La unión de estas dos terminaciones genera el topónimo de Ipuzkoa, siendo la /g/ inicial un fonema incorporado para mejorar su pronunciación. Los topónimo de Vardulia y de Ipuscoa, como tierra fronteriza, son escritos por primera vez en las Crónicas de Alfonso III de Asturias en 1025. Alfonso III refiere a Vardulia como la Castilla nuclear y originaria de dicho condado en el siglo VIII.
Los autrigones, los caristios y los várdulos, no eran pueblos de lengua euskérica, sino de origen indoeuroepeo como los anteriores cántabros, astures y galaicos. Es decir, eran tribus celtas, y por eso se asemejaban más cultural, social y lingüísticamente a los cántabros del oeste que a los vascones del este. Esta conclusión está comprobada por la toponimia, la onomástica, la arqueología y la lingüística de historiadores y antropólogos como Caro Baroja, Sánchez Albornoz, Bosh Gimpera, Menéndez Pida o Gómez Moreno. El ejemplo más verificable está en la hidronimia, esto es los nombres de los ríos, a los que se considera como los topónimos más constantes en el tiempo. Los estudios realizados indican un fuerte componente indoeuropeo que perdura hasta la actualidad: Deva, Nervión, Cadagua, etc. Por otra parte, la antroponimia demuestra que los nombres personales de los habitantes de la zona son igualmente de filiación indoeuropea. Sus creencias también revelan la creciente influencia céltica, así como los ajuares encontrados en las necrópolis caristias de Berreaga y Carasta.
CARISTIOS Y VARDULOS |
El territorio original de los vascones se correspondía con casi la totalidad de la actual Navarra y el noroeste aragonés. Su límite occidental era el territorio várdulo y la desembocadura del Bidasoa. Al suroeste limitaban con los berones y al sur con los celtíberos del valle del Ebro. Hacia el este se extendían por una franja occidental de los actuales territorios de Huesca y Zaragoza, hasta el valle superior del río Aragón, y la comarca comprendida entre Sos del Rey Católico y Alagón, pasando por Ejea de los Caballeros hasta las proximidades de Zaragoza, donde tenían como vecinos a los ilérgetes, edetanos, etc. Al norte, se extiende al otro lado de los Pirineos, en la Aquitania, en territorio de los aquitanos, lo que los romanos llamaron Saltus Vasconum, mientras que por el sur con el valle del Ebro riojano.
La relación vasco-romana se definió por una estrecha amistad y franca colaboración. Tras la conclusión de la Guerra Sertoriana, se les otorgó la ciudad de Calagurris (Calahorra), despoblada tras la heroica resistencia de sus habitantes, que fueron sustituidos por los vascones, más proclives a los intereses de Roma. También las ciudades de Cascantum (Cascante) e Iacca (Jaca), así como las zonas de Jacetania y de Sos-Sangüesa. Más tarde, se les ofreció una salida al mar por la zona de Oiasso (Irún) a lado oeste del río Bidasoa.
Ptolomeo, ya entrado el siglo II d.C., elaboró una lista de quince ciudades vasconas, entre las que destacan Pompaelo (Pamplona), Iacca (Jaca), Graccurris (Alfaro), Calagurris (Calahorra), Cascantum (Cascante) y Oiasso (Irún). Calagurris llegó a tener el título de municipium civium Romanorum, convirtiéndose en la ciudad vascona más importante, título que le fue concedido por Octavio como premio a los soldados calagurritanos que formaban su guardia personal tras su victoria sobre Marco Antonio y Cleopatra en Actium.
Esta relación de ciudades supone una ampliación del territorio originario vascón por zonas que con anterioridad estaban asignadas a otras tribus y cuya toponimia es claramente céltica e íbera.
Es posible, o al menos así lo consideran algunos historiadores, que el conocimiento del poder militar de Roma hiciese que, cuando los romanos llegaron a territorio vascón, estos últimos decidiesen colaborar con ellos en lugar de enfrentarse a sus ejércitos. Como consecuencia de ello y a modo de recompensa por dicha colaboración, probablemente los romanos entregaron a los vascones varias de las ciudades que conquistaron por la fuerza a otros pueblos. Según Tito Livio, en el 194 a.C., el cónsul Marco Porcio Catón tomó Jaca mediante una treta.
Posteriormente en el año 188 a.C., el pretor Escipión Nasica venció a los celtíberos cerca de Calahorra. Y, ya en el 178 a.C., es cuando se considera que se inicia la romanización vasca con la fundación de Gracurris (Alfaro) por parte de Sempronio Graco sobre los restos de Ilurcis.
Por lo tanto, los territorios de expansión de los vascones más allá de su original serían las actuales ciudades de Jaca, Alfaro hasta el río Leza al lado de Agoncillo, las Cinco Villas, una zona del Alto Aragón, un y la ribera del río Ebro por Aragón hasta Alagón.
VASCONES |
Parece que Ptolomeo utilizó el término vascón en un contexto puramente administrativo y no étnico. Estas ciudades integrarían alguna circunscripción de uno de los pueblos integrados en ella. El territorio asignado a los vascones era por entonces una zona de confluencia donde una población de variados orígenes (indoeuropeo, pirenaico, céltico e íbero) convivía y se relacionaba. Presentaba un panorama étnico y cultural mucho más complejo que el de los otros pueblos. Los elementos materiales eran objetos de comercio y las influencias culturales pasaban de unos a otros, de manera que las investigaciones modernas no han conseguido adscribir una comunidad a una u otra etnia.
Los historiadores latinos dejaron de referirse a los vascones como una etnia más del norte peninsular, para englobarlo bajo el etnónimo "vascón" a poblaciones muy diversas. Es decir, los vascones eran referidos de una manera conjunta al variado mosaico étnico y cultural con el que se encontraron en Navarra. Esto fue el resultado de la percepción que experimentaron antes elementos extraños unos invasores como fueron los romanos.
La toponimia, la epigrafía y la teonimia del territorio vascón eran euskéricas, celtas e íberas. Sobre su lengua hay muchas teorías y aun hoy no se tiene una certeza absoluta sobre su origen, pero la más popular y la que más defienden los expertos es que es una lengua ibérica más de las existentes hasta la llegada de los indoeuropeos (celtas), con la particularidad de que se ha mantenido hasta hoy, evidentemente con muchas aportaciones a lo largo de tantos siglos.
Su sustrato racial tampoco era diferente al del resto de tribus de la península, y los restos fósiles hallados en tierras vascas no tienen ninguna particularidad respecto a los hallados en otras zonas de la península Ibérica. Con la ayuda de los romanos, se quitarían de encima la presión indoeuropea y se extenderían hasta Guipúzcoa, Vizcaya y la Aquitania, desplazando a várdulos, caristios y autrigones hacia el oeste. A pesar de que muchos pseudo-historiadores nacionalistas nieguen o minimicen la romanización de Euskalherria, lo cierto es que ésta existió, sobretodo en la zona de Álava y en menor medida en las zonas montañosas del norte. Ya en época visigótica, los vascones mantuvieron conflictos bélicos con los visigodos, los francos al otro lado de los Pirineos y los suevos, que ocupaban la zona de Galicia. Nuevamente la geografía de la zona jugó su papel, y gozaron de más libertad en las bruscas montañas que en los llanos de Álava y Navarra; estos enfrentamientos se mantuvieron a lo largo de toda la época visigótica.
LAUBURU |
Muchas civilizaciones antiguas sufrieron estos vendavales humanos venidos de la mar, viendo cómo sus flotas y puertos costeros eran arrasados, sus habitantes supervivientes vendidos como esclavos, convertidos en galeotes o devueltos a su lugar después de pagar un rescate. En tierras vascas, las distintas invasiones hacían que los autóctonos huyeran hacia el interior y no fue hasta la venida de los romanos, cuando el vascón se asentó definitivamente en la costa.
Festo Avieno, conocido por su obra Periplo Marsiliota, calificaba a los vascones como "hombres inquietos", y Silio Itálico elogió su valor escribiendo que "despreciaban el caso y la loriga en las luchas y eran célebres por su ligereza". Son los mismos guerreros a los que se refirió Tácito cuando expresó que las cohortes de vascones aseguraron la victoria de Galba sobre los britanos y sobre los germanos. Una crítica en cuanto a su procedimiento: "atacan por la espalda al enemigo desprevenido", una consideración personal que bien pudiera ser una astucia bélica efectuada durante toda la historia de la humanidad.