PATRIOTAS VASCONGADOS Y NAVARROS

TERRITORIO

ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y CULTURAL

11/11/2024

Nazario de Eguía y Sáenz de Buruaga


Militar que combatió en la Guerra de la Independencia española de 1808-1814 y en la primera Guerra Carlista de 1833-1836 como general en jefe del Ejército del Norte, fue I Conde de la Casa Eguía

NAZARIO DE EGUÍA

Nazario de Eguía y Sáenz de Buruaga nació en Durango, en 1777. Estudió Filosofía en el monasterio de la Orden dominicana de Vitoria, y después Teología en el Seminario conciliar de Pamplona durante dos años. De ahí pasó a la Universidad de Valladolid, también otros dos años, licenciándose en Logroño.

A los 18 años, abandonó de forma momentánea sus estudios eclesiásticos para incorporarse a una de las compañías levantadas por el Señorío de Vizcaya. Había estallado la Guerra de la Convención francesa en 1893, España se preparaba para la defensa y Eguía formó parte de las tropas que mandaba su tío, el general Francisco Ramon Eguía.

Al término del conflicto decidió permanecer en el Ejército. En 1796, era cadete del Regimiento de Extremadura, y un año después de la Real Academia Militar de Zamora, Escuela Superior de Ingenieros Militares de Madrid. En 1799, era subteniente del Real Cuerpo de Ingenieros.

En 1801, tomó parte en la Guerra de las Naranjas, contra Portugal, formando parte de la División de Vanguardia, interviniendo en el sitio de Campo Mayor, en las misiones sobre las plazas de Elvas y Marvão y en la acción de Arronches.

En 1802, fue ascendido a teniente, obteniendo en 1804 los empleos de segundo capitán y primer capitán. Finalizadas las operaciones, recibió los ascensos de teniente, en 1802, y capitán, en 1804, del Real Cuerpo de Ingenieros. En 1805, contrajo matrimonio con Isabel de Vargas y de la Fuente.

En septiembre de 1807, tomó parte de las operaciones de invasión a Portugal por el Ejército combinado hispano-galo, al mando del general Junot, integrado en las fuerzas españolas que mandaba Juan Carrafa.

GUERRA DE LAS NARANJAS

Al estallar la Guerra de la Independencia en mayo de 1808, Eguía fue hecho prisionero del Ejército francés, cuando estaba en Lisboa. Dos meses después, consiguió escapar, presentándose a la Junta de Sevilla para unirse a la resistencia. Entonces, recibió el grado de teniente coronel del Ejército español de la II División de Andalucía que dirigía Pedro Grimarest, tomando parte de la retirada de Lerín, en las sucesivas batallas de Tudela, Calahorra y Cascante, y en las acción de Santa Cruz de la Zarza.

Después combatió en Tarancón y Uclés en la División de Vanguardia. Tras la derrota de esta última ciudad, le fue encomendada la misión de integrar la II División en la de La Mancha, tomando acciones bélicas en Mora y Consuegra, a las órdenes del duque de Alburquerque.

En 1809, fue ascendido a coronel de Ejército de Extremadura, al mando de Gregorio de la Cuesta. Participó en las batallas de Medellín y Talavera de la Reina, siendo recompensada su destacada actuación con el grado de brigadier de ingenieros. Pasaba a estar a las órdenes del duque de Wellington a mediados de aquel año, pero tras la retirada de las tropas inglesas a territorio portugués, Eguía regresó al Ejército de Extremadura. Estuvo integrado en las tropas destacadas en La Mancha por general en jefe, Francisco Eguía, y acompañó a éste cuando fue nombrado inspector general de Infantería.

BATALLA DE OCAÑA

A finales 1809, sufrió la derrota de Ocaña, siendo entonces nombrado cuartel-maestre del Ejército de Extremadura, un grado parecido al de mariscal de campo. Desde allí, organizó la retirada hasta Cádiz, en cuya defensa colaboró durante todo el sitio. También organizó la defensa de la isla de León y la inspección de diversas armadas con destino a los virreinatos americanos.

En junio de 1810, fue nombrado fue nombrado ayudante general y 2º jefe del Estado Mayor del 4º Ejército, ubicado en la isla de León, y un mes después, jefe de Estado Mayor. Una vez levantado el sitio de Cádiz, en diciembre de 1812, fue comandante militar del cantón de la isla de León.

En junio de 1813, eliminando la invasión francesa sobre el sur peninsular, a Eguía se le encomendó la Subinspección de Tropas de Ultramar, siendo en octubre del año siguiente ascendido a mariscal de campo.

Al finalizar la Guerra de la Independencia fue ascendido a mariscal de campo, abandonando el Cuerpo de Ingenieros, a mediados de 18014. Permaneció en Madrid como miembro del Consejo de Guerra de oficiales generales. La fuga de Napoleón Bonaparte desde la isla de Elba puso en alerta a las Cortes europeas ante una posible amenaza. Por eso, entre mayo de 1815 y diciembre de 1816, Eguía estuvo reforzando los cantones de Roncesvalles e Irún, al mando de la 1ª División de Infantería del Ejército de Observación de los Pirineos Occidentales.

PROMULGACIÓN DE LAS CORTES DE CÁDIZ EN 1812

Al finalizar la alarma en febrero de 1816, Eguía fue destinado a sucesivos altos cargos en diferentes destinos: jefe de la Plana Mayor del Ejército de Castilla la Vieja, jefe de la Plana Mayor del Ejército de Castilla la Nueva, fiscal de la Asamblea de la Real y Militar Orden de San Fernando, y comandante general del Cordón Sanitario de la Sierra Morena y el Tajo. Este último destino fue encomendado en septiembre de 2019, y ya había recibido un año antes la Cruz de San Fernando de 3ª Clase por los servicios ofrecidos en el Ejército español.

En marzo de 1820, se produjo el levantamiento militar del general Rafael Riego en Las Cabezas de San Juan contra el Régimen absolutista. Eguía se destacó como un ferviente absolutista y defensor a ultranza de la figura de Fernando VII. Tras llegar a Madrid desde su destino en Santa Cruz de Mudela, se le encomendó la Jefatura de la Plana Mayor del Ejército de Galicia. El triunfo del alzamiento y la jura de la Constitución liberal por Fernando VII cambió los planes y fue relegado a la fiscalía de San Fernando durante todo el Trienio Liberal de 1820-1823.

Tras la vuelta del Régimen absolutista por los Cien Mil Hijos de San Luis, la Regencia de Fernando VII le asignó mantener las relaciones diplomáticas con el duque de Angulema, intendente de aquel Ejército francés.

Entonces, el rey le nombró comandante general político y militar de Tuy. Fue el inicio de otra oleada de sucesivos cargos y destinos desde finales del 1823: subdelegado de rentas y subdelegado especial de Policía de Vigo, la jefatura de la Capitanía General de Galicia, la capitanía general de las Provincias Vascongadas, y de nuevo de Galicia unida la Presidencia de la Real Audiencia. Allí organizó dos expediciones hacia Cuba.

LEVANATAMIENTO MILITAR DE RAFAEL DE RIEGO

Durante su mandato, Eguía dirigió las tropas desplegadas en la Frontera de Portugal, como consecuencia de los levantamientos políticos que se estaban produciendo en verano de 1827. Se dedicó a perseguir a los bandoleros del territorio de Lugo, especialmente a detener a los liberales, junto con los Voluntarios Realistas. También, concentró en Santiago todas las instituciones de la Capitanía general de La Coruña, por orden del rey.

Estas medidas hicieron ganarse la confianza de Fernando VII, pero también le ocasionó el enfrentamiento con liberales. Durante aquellos años Galicia, pudo conocer a otros defensores absolutistas:
Tomás de Zumalacárregui era gobernador de la plaza de El Ferrol y futuro caudillo del Ejército carlista.
Rafael de Vélez era arzobispo de Santiago y autor de numerosas obras políticas contra el liberalismo, como Apología del Altar y el Trono, o Preservativo contra la irreligión.
Francisco López Borricón era obispo de Mondoñedo y futuro vicario general castrense del Ejército carlista.

PALACIO DE SANTA CRUZ

El 29 de octubre de 1829, Eguía sufrió el primer atentado político mediante paquete bomba que estaba abriendo en su despacho del palacio de Santa Cruz, en Santiago de Compostela. La explosión le produjo la amputación la mano derecha y de dos dedos de la izquierda, y daños en la visión y diversas heridas en el cuerpo.

A pesar de un realizar una intensa actividad de investigación por parte de las autoridades, no se encontró a los responsables. Pero siempre se supo que eran revolucionarios liberales, en sus intentos de asesinar a los más leales y fervientes defensores del Régimen tradicionalista. Este atentado consiguió que Eguía se enfatizara aún más en sus ideales absolutistas.

En noviembre de 1829, Fernando VII recompensó al militar vizcaíno con el ascenso a teniente general.

En mayo de 1830, regresaba al mando de la Capitanía General y concedía el título de conde de Casa-Eguía. Tras enfermar el rey, en septiembre de 1832, la reina María Cristina se hizo cargo del gobierno. Eguía fue destinado al cuartel de Valladolid, a medio camino entre la Corte y su ciudad natal, y en agosto de 1833 le fue permitido asentarse en Vitoria, más cerca de sus familiares.

Muerto Fernando VII, Eguía se alineó en favor del pretendiente al trono Carlos María de Isidro, al que sirvió en su Cuartel General, en contra de las aspiraciones de los liberales que respaldaban a su sobrina Isabel II. Estallaba la primera Guerra Carlista.

Desde su exilio en Francia, concretamente en Bagnéres, Eguía esperaba la llamada del líder carlista Zumalacárregui y trasladarse a las filas que defendía el Trono y el Altar. Tras la muerte de Zumalacárregui, Eguía se presentaba en Estella ante Carlos V, en julio de 1835. Este le nombró virrey de Navarra y general en jefe del Ejército Vasco-navarro en noviembre, en sustitución del fracasado Vicente González Moreno, sucesor de Zumalacárregui. Se dedicó a reorganizar las tropas mediante la formación de divisiones operativas y brigadas reservistas, y a fortalecer las líneas defensivas estables. Durante su mandato tuvo importantes roces con la Junta Gubernativa de Navarra y el general Maroto le acusó de crueldad.

TOMÁS DE ZUMALACÁRREGUI Y VICENTE GONZÁLEZ MORENO

En octubre de ese año, Eguía se enfrentó al general Fernández de Córdoba en territorio alavés, cerca del castillo de Guevara, y al siguiente a los liberales en la acción de Montejurra. En noviembre lideró la recuperación de Estella, y al mes siguiente se batió en Guetaria.

En los primeros meses de 1836, Eguía tuvo enfrentamientos militares en las provincias vascas: en enero, cerca de la alavesa villa de Arlaban; en febrero se apoderó de las vizcaínas Valmaseda, Plencia y Lequeitio; en marzo en Orduña; en abril en Orrantia y en la burgalesa El Berrón. Tras este último encuentro, fue nombrado vocal de la Junta Consultiva del Ministerio de la Guerra. Pero después de tomar parte en la acción de Arlaban, en junio, abandonó su cargo en la Jefatura del Ejército Vasco Navarro.

El motivo de su cese fue la incapacidad de desarrollar su plan estratégico. Este consistía en extender el teatro de operaciones a ciudades del centro-norte de España, como Santander, San Sebastián o Pamplona, las cuales deberían resistir a los sitios que el Ejército liberal realizase sobre ellas. De esta manera, el general Espartero obligaría a movilizar sus guarniciones, impidiendo la concentración de efectivos en el entorno rural del País Vasco y Navarra, generándole más gasto de recursos y efectivos militares.

Aun así, fue requerido para el Consejo de generales que preparaban el sitio de Bilbao por Bruno Villarreal, en octubre de 1836. El pretendiente Carlos le transfirió el mando, encontrándose en todas las acciones que tuvieron lugar hasta su levantamiento el 24 de diciembre. Como consecuencia de un nuevo fracaso, fue apartado del cargo y relegado al cuartel de Durango.

En abril de 1837, Carlos le solicitó para encabezar una comisión diplomática a la Corte de Turín. Su cansancio y deterioro físico, además de la falta de recursos, le impidieron obedecer la misión. Por este hecho, Eguía fue arrestado y encarcelado en el castillo de San Gregorio, en Navarra, durante dos años.

Los fusilamientos de Estalle mermaron el número de altos cargos militares con experiencia en combate del Ejército carlista. Esta situación ocasionó la perdonanza del pretendiente Carlos y su restauración al Ejército, nombrándole decano del Consejo Supremo de la Guerra, en marzo de 1839. Además del restablecimiento de este órgano de jefatura, tomó el mando de las tropas vasco-navarras, con las que se internó en Francia, en septiembre. La guerra estaba perdida, y se instauraba un Régimen constitucional de la reina Isabel II de forma definitiva en España y las provincias de ultramar.

Desde entonces y hasta julio de 1849, Eguía permaneció en Francia, lejos de Carlos, con residencia primero en Clermont-Ferrand, y después en Libourne y Burdeos.

Acogiéndose a la amnistía del junio de 1849, pudo regresar a España en libertad de cargos, con la colaboración del cónsul español en Burdeos. Aceptó el Convenio de Vergara, por lo que se le permitió recuperar su cargo de teniente general, así como todos sus honores y condecoraciones.
De la Guerra de la Independencia recibió las cruces de Talavera, de Chiclana, la del Tercer Ejército, la de retirada de la Isla de León, en 1815, la del Ejército que estaba en Portugal, en 1815, las de Mora del Rey y Consuegra, y la declaración de benemérito de la patria.

Además, por méritos a toda su extensa carrera fue recibiendo la cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, en 1816; y la de tercera y cuarta clase de la cruz de la Orden de San Fernando, en 1818 y 1834; la gran cruz de la Real Orden Americana de Isabella Católica, en 1831; la gran cruz de la Real Orden Española de Carlos III y la cruz de la Real Orden de San Hermenegildo, que fueron concedidas por Carlos María de Isidro, en 1836, y revalidadas por Isabel II en 1850.

Por último, se le permitió afincarse en el cuartel en Vitoria, posteriormente en San Sebastián, en 1851. Dos años después, fue nombrado senador vitalicio del reino. En 1860, se trasladó a Tolosa, donde murió en 1865.

07/11/2024

Batalla de San Marcial de Irún de 1522


La batalla de San Marcial se realizó en el término municipal de Irún, el 30 de junio de 1522. Fue el tercer intento de Enrique II el Sangüesino por recuperar el Reino de Navarra, un conflicto desarrollado entre España y Francia en los años 1521-1524.

El Reino de Navarra subsistió en el norte, al otro lado de los pirineos en el actual territorio francés, un reino además protestante que posteriormente daría los reyes Borbones a Francia y a España. Los intentos de los reyes navarros por recuperar su territorio peninsular desde el continente fueron englobados en las Guerras Italianas que el rey de Francia, Francisco I, y el emperador de España, Carlos V, efectuaron durante buena parte del siglo XVI.

El primer intento de recuperación del trono navarro fue en la batalla de Belate en 1512, en el que un grupo de voluntarios guipuzcoanos participó en la defensa de Pamplona frente a los navarro-franceses, recibiendo 12 cañones como botín capturado al enemigo durante su huida en el puerto de Belate.

El segundo intento fallido fue en la victoria de Isaba en 1516, contextualizado en la Guerra de las Comunidades de Castilla y la rivalidad entre los Reinos de España y Francia.

El tercer intento de recuperación del reino de Navarra se realizó entre 1521 y 1524. Este conflicto también estuvo englobado en la Guerra de las Comunidades de Castilla, donde surgió una rivalidad hispano-francesa. A las tropas navarras y bearnesas de Enrique II de Navarra el Sangüesino, se unió un ejército del rey de Francia, Francisco I, al mando del señor de Esparros, formando un montante de 12.000 militares.

BATALLA DE SAN MARCIAL DE IRÚN

Los guipuzcoanos llevaban más de 300 años unificados a la Corona de Castilla y formaban parte sustancial de su dispositivo defensivo, por eso lucharon a favor de la Monarquía hispánica.

Según el relato del cronista Esteban de Garibay, los franceses, en cuyo poder se encontraba Fuenterrabía, deseaban tomar el castillo de Behobia porque "sentían a oprobio que teniendo ellos a Fuenterrabía, hubiese tornado a poder de españoles esta fortaleza a media legua de aquella villa".

Unos cinco mil soldados atravesaron el río Bidasoa por Biriatou, en silencio y de noche para no ser apercibidos. Los dos capitanes que organizaron la vanguardia española fueron Miguel de Ambulodi, de Oyarzun, y Juan Pérez de Azcue, de Fuenterrabía. De este último escribió Garibay que era "de los más animosos y arriesgados capitanes que en este tiempo había en la nación española".

Cuando estos dos capitanes supieron de la entrada de las tropas invasoras, decidieron impedirles tomar la fortaleza de Behobia seguros como estaban de que, de conseguirlo, lo utilizarían como trampolín para continuar el avance. Pero no quisieron tomar ninguna iniciativa sin acordarla con el capitán general de la provincia, Beltrán de la Cueva, por lo que fueron a comunicárselo a San Sebastián. Éste, pareciéndole difícil empresa debido a la poca tropa de la que disponía y considerando que su tarea habría de ser más bien defender la ciudad de San Sebastián que la tierra llana, se mostró reacio a salir:
"Entonces los capitanes replicando, después de largas persuasiones que le hicieron, que si él no lo quería hacer, que ellos por servir a su Príncipe, y defender sus mujeres e hijos y patria, lo harían."
El capitán general, viendo su valeroso ánimo, salió a Rentería con la mayor parte de sus soldados.

batalla san marcial irún oñativia
BATALLA DE SAN MARCIAL POR GREGORIO HOMBRADOS OÑATIVIA

En la noche del 30 de junio las milicias forales de Guipúzcoa iniciaron una maniobra de distracción: mujeres, ancianos y niños agitaron antorchas encendidas, llamando la atención de la tropa enemiga, que pensaba era atacada por un lado. Pero en realidad se trataba de un ataque sorpresa por la retaguardia. La victoria fue completa y resonada, causando gran mortalidad entre las tropas invasoras y entrando en tierras francesas en su persecución.
"Los naturales de la tierra, no contentos de victoria tan señalada y necesaria, alcanzada sin efusión de sangre propia, quisieron entrar en Francia, especialmente un vecino de la misma tierra, llamado Juan Pérez del Puerto, dueño de la casa de Aguirre."
Este Juan Pérez del Puerto, persiguiendo a los franceses más allá del Bidasoa, quiso continuar el avance "pretendiendo pasar con más gentes a la ruina de la tierra", por lo que comenzó a incitar a los suyos a avanzar sobre la tierra francesa gritando a grandes voces:
"¡Santiago, Santiago, España, España, victoria, victoria!"

Ante lo cual todos quisieron pasar a la otra parte, prohibiéndolo el capitán general para evitar los posibles daños que tal imprudencia pudiese causar.

BATALLA DE SAN MARCIAL DE IRÚN

03/11/2024

Características de la literatura moderna del Reino de Navarra


El siglo XV fue un periodo de transición entre la Edad Media y el Renacimiento, dominado ya por las corrientes humanistas de origen italiano. En Navarra, tras el reinado de Carlos III (1397-1425), etapa de paz y prosperidad, llegó una época conflictiva: divisiones del reino que derivaron en cruentas guerras de bandería, en el contexto de las luchas entre Carlos, Príncipe de Viana, y su padre Juan II de Aragón, quien usurpó el trono que correspondía a su hijo por derecho legítimo. A este conflicto se sumaron las luchas nobiliarias, motivadas por intereses económicos, entre los beamonteses y agramonteses.

Esta situación de crisis y división interna hizo de Navarra un reino apetecible por sus vecinos. Podía ser absorbido por Francia, territorio con el que estaban vinculas las últimas dinastías reinantes, o bien por Castilla o por Aragón, reinos con los que había mantenido a lo largo de la historia importantes relaciones. Este proceso culminó con la conquista por parte del Reini de Castilla en 1512 y la anexión a dicha Corona en 1515. Los sucesivos intentos de recuperación del viejo reino por parte de los reyes privativos de Navarra, los Albret o Labrit, resultarían infructuosos.

Todos estos hechos históricos determinaron unas consideraciones culturales. A partir de este momento, el idioma castellano se fue convirtiendo en el vehículo privilegiado para la expresión literaria. El romance navarro había conocido un profundo proceso de castellanización, hasta el punto de terminar identificándose ambos idiomas, y ya no se puede hablar de un romance navarro con rasgos diferenciales. La pujanza del castellano se extendió a todo el ámbito peninsular y, desde 1492, al americano.

LITERATURA MODERNA DEL REINO DE NAVARRA

Durante el siglo XV, el vascuence o eusquera siguió siendo el idioma mayoritariamente hablando por el pueblo navarro en algunos territorios, y lo seguiría siendo hasta entrado el siglo XIX, pero se trataba de un idioma con escasa consideración social y todavía no había llegado a convertirse en vehículo de cultura escrita.

También en este siglo, han desaparecido aquellas minorías lingüísticas de la Edad Media, poblaciones que empleaban el occitano, el árabe o el hebreo. Por lo tanto, apenas hay ya aportaciones de estas lenguas a la literatura.

Un hecho clave para la difusión de la cultura que se produjo en el siglo XV fue la invención de la imprenta, que permitió la difusión de cientos de ejemplares de las obras que antes sólo podían circular en número muy reducido a través de copias manuscritas. La imprenta permitió el conocimiento de los textos de los grandes clásicos griegos y latinos, que desde entonces se difundieron gracias a las investigaciones de los humanistas del Renacimiento. Existían libros impresos en Navarra desde fechas muy tempranas, por imprentas que funcionaban en Pamplona, Estella, Irache y Tudela.

OBRAS DE LA LITERATURA MODERNA NAVARRA

Los siglos XVI y XVII corresponden al momento histórico en que la Monarquía hispánica alcanzó su máximo esplendor. Carlos V y Felipe II ejercieron su hegemonía sobre medio mundo: Europa, norte de África, América, Filipinas... Fue el momento, como dice el tópico, en el que en los territorios del Imperio español no se pone el sol. Sin embargo, con los reinados de los Austrias menores llegaría la decadencia. En lo cultural, estas dos centurias constituyeron los dos Siglos de Oro de las artes y las letras españolas, y se sucedieron dos grandes movimientos artísticos: el Renacimiento y el Barroco; cuyas características generales resultan bien conocidas.

La literatura navarra alcanzó una extensa nómina de autores, algunos con una considerable producción literaria y de gran calidad. Hubo un predominio de corrientes con contenido religioso (ascética y mística) y didáctica, que de igual manera ocurrió en la literatura que se producía en las Provincias vascas. Pero por lo general, los autores navarros cultivan todos los géneros de la época, por lo menos en narrativa y lírica. Apenas existieron dramaturgos, aunque hay constancia de una intensa vida teatral en ciudades como Pamplona y Tudela.

Entre las principales abras literarias y sus autores, son destables los siguientes: los Annales del Reyno de Navarra, de Francisco de Alesón; el Tratado sobre la virtud de la justicia, de Bartolomé de Carranza y Miranda; los Comentarios resolutorios, de Martín de Azpilcueta Jaureguizar; las Resoluciones morales y doctrinales, de Pedro Aingo de Ezpeleta; y el Examen de ingenio para las ciencias, de Juan Huarte de San Juan. También son destacables las obras de Cipriano Barace Mainz y de Juan de Palafox y Mendoza.

OBRAS DE LA LITERATURA MODERNA NAVARRA