La Guerra Civil de Castilla fue la que enfrentó al rey legítimo Pedro I el Cruel (o el Justiciero) contra las pretensiones de su hermano bastardo, Enrique II el Fraticida (o el de las Mercedes). Este último conspiró con sus otros hermanos contra su hermano rey desde aproximadamente la fecha de 1352.
PEDRO I EL CRUEL Y ENRIQUE II EL FRATICIDA |
En aquellos años, el rey de Navarra era Carlos II el Malo, nacido en la villa de Évreux, en el noreste de Francia. Carlos II apoyó fundamentalmente a Pedro I el Cruel. Por eso, los puertos guipuzcoanos de Fuenterrabía y Oyarzun, por mandato de Pedro I, en el año 1365, fueron puestos a disposición del rey navarro Carlos II con el fin de apoyarle en la guerra civil. Además, la propia Navarra debía servir de territorio de paso para las tropas inglesas que, desde la Gascuña, fueron enviadas a Castilla. Por tanto, Navarra y los puertos vascos jugaban en apoyo de la Castilla de Pedro I el Cruel un papel de vital importancia.
De esta forma, al año siguiente, en 1366, se firmó en Libourne, suroeste de Francia, un importante tratado entre Pedro I de Castilla, Carlos II de Navarra, y el príncipe de Gales, Eduardo de Woodstock, hijo del rey inglés Eduardo III. En dicho tratado de Libourne, Navarra e Inglaterra se comprometían a asegurar el trono de Castilla a Pedro I, y a cambio Navarra recibía los territorios de Guipúzcoa, Álava y parte de La Rioja, mientras los ingleses recibían entero nada menos que el Señoríos de Vizcaya. Pero, sabedores los vascos de dicho tratado, montaron en cólera y decidieron apoyar desde entonces al candidato rival, Enrique de Trastámara.
Sin
embargo, después de realizar la ocupación, el rey navarro tuvo que dedicar
considerables esfuerzos para mantener estas tierras vascas bajo su dominio, ya
sea pagando a los merinos, que gobernaban en nombre del rey estas tierras, como
sosteniendo tropas que mantuvieran el orden y la sujeción. Y, además de estas
ayudas, consta que fue vital en esta invasión el apoyo decisivo que los oñacinos
le dieron al rey navarro.
En
las terribles Guerra de Banderizos que asolaban las tierras vascas, más o
menos se llegaron a delimitar con claridad dos bandos enfrentados. Por una
parte, los partidarios de la familia de Oñaz, oriunda de Guipúzcoa, llamados oñacinos, y los partidarios
de la familia de Gamboa, oriunda de Álava, y que formaba a los gamboínos.
El
cronista principal de estas guerras de clanes fue Lope García de Salazar, el
cual en
Las Bienandanzas y Fortunas narró con detalles todas estas interminables luchas entre oñacinos y gamboínos por espacio de cientos de años. Salazar cuenta que en la localidad guipuzcoana de Usúrbil se enfrentaron un día a muerte ambos bandos, con la desgracia de que el señor principal de los Oñaz cayó muerto de su caballo por el impacto de un flechazo en la cabeza. Y, a partir de entonces, las guerras entre ambos clanes continuaron prácticamente sin solución de continuidad. Otra explicación que dio Salazar sobre el origen de estas luchas es la más simple, primitiva y humana: la envidia, la soberbia y la ambición de poder para decidir y marcar "cuál valía más". Salazar calificaba a estos banderizos como "hombres muy soberbios", que muchas veces peleaban simplemente por pelear, y que carecían del más elemental amor o consideración ya sea a los habitantes como las tierras, puesto que les daba igual encharcarlas de sangre y caos durante años sin fin.
Las Bienandanzas y Fortunas narró con detalles todas estas interminables luchas entre oñacinos y gamboínos por espacio de cientos de años. Salazar cuenta que en la localidad guipuzcoana de Usúrbil se enfrentaron un día a muerte ambos bandos, con la desgracia de que el señor principal de los Oñaz cayó muerto de su caballo por el impacto de un flechazo en la cabeza. Y, a partir de entonces, las guerras entre ambos clanes continuaron prácticamente sin solución de continuidad. Otra explicación que dio Salazar sobre el origen de estas luchas es la más simple, primitiva y humana: la envidia, la soberbia y la ambición de poder para decidir y marcar "cuál valía más". Salazar calificaba a estos banderizos como "hombres muy soberbios", que muchas veces peleaban simplemente por pelear, y que carecían del más elemental amor o consideración ya sea a los habitantes como las tierras, puesto que les daba igual encharcarlas de sangre y caos durante años sin fin.
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