Tradicionalmente se ha considerado a
los vascones como un pueblo primitivo, aislado del resto de pueblos
que le rodeaban y que no participó de la civilización romana, por ser una
tierra de bajo interés económico para el Imperio. Los hallazgos arqueológicos
en tierras vascas y navarras continuamente desmienten estas teorías,
demostrando que la romanización, en todos los aspectos, fue muy superior a
otras tierras de aquel imperio.
La Romanización fue
un proceso efectuado desde el siglo II a.C. hasta el siglo IV d.C. Tal labor no
consistió únicamente en agrupar a la población del valle medio del Ebro en
unidades superiores, sino el desarrollar un mundo urbano, unido por magníficas
vías de comunicación. El territorio que hoy ocupa Navarra se encontraba
mayoritariamente descompuesto en el momento de la conquista por Roma. En el año
196 a. C. llegaron los romanos a tierras donde habitaban las tribus vasconas,
entonces apenas existían ciudades, vivían dispersos por el territorio,
relacionados mediante pequeñas aldeas y sin poseer puntos comunes de referencia.
La
acción de Roma posibilitó la agrupación en torno a núcleos urbanos bien
ubicados, a partir de los cuales pudiera entrar la civilización y efectuar un
auténtico cambio de mentalidad, influyendo en la identidad de los individuos.
Dentro de la ciudad, el individuo se realizaba como persona, en el ejercicio de
sus derechos cívicos, se sentía protegido por sus murallas, rendía la memoria a
sus antepasados y daba culto a los dioses.
La
mayor transformación que experimentó esta tierra se produjo entre el siglo I a.C. y el II d.C., período durante el cual la mayor parte del territorio vascón
se romanizó intensamente, cubriéndose de explotaciones y poblaciones romanas.
La romanización de Álava y al menos dos tercios de la actual Navarra fue tan
intensa como la zona que más de la península, lo que explica la posterior
aparición de lenguas romances autóctonas en tiempos medievales.
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RESTOS ARQUEOLÓGICOS ROMANOS EN IRUÑA VELEIA |
En época de Augusto, Estrabón recogió el nombre de solo tres ciudades romanas: Pompaelo (Pamplona), Oiasso (Irún) y Calagurris (Calahorra). Siglo y pico después. Ptolomeo ya hacía referencia a dieciséis: Oiasso, Pompelón, Itourissa, Biturís, Andelos, Nemanturísta, Kournónion, Grakousrís, Kalagorsíca, Báskonton (o Káskonton), Ergaouía, Tárraga, Mouskaría, Sétia y Alaouna.
Todas
estas ciudades siguieron el modelo romano: eran entes autónomos, gestionados
por una oligarquía local y contaban con amplios territorios. Aquellas ciudades
ofrecían monumentalidad y esplendor: las magníficas termas de Pamplona, la
infraestructura hidráulica de Andelos, y su templo dedicado a Apolo, las amplias
calles de San Clara, las villas decoradas con ricos mosaicos que llenaban el
territorio de los vascones, etc. Pocas zonas del norte peninsular reúnen tan
amplia cantidad de restos romanos como las actuales Navarra y Álava.
El
sufijo -ain, tan habitual en la toponimia vasco-navarra es una
derivación del latino -anus, que servía para designar
la propiedad de la tierra. Hoy en día, se encuentran topónimos
con el sufijo -ain, como Amatriain (Emeterius), Astrain (Asterium), Ballariain
(Valerius), Barañain (Veraniaunm), Bariain (Vareius), Beriain (Verianum),
Brutain (Brutus), Cemborain (Cembulo), Eristain (Evaristus), Indurain (Induro),
Guendulain (Guendulo), Laquidain (Licinius), Maquirriain (Macerianum),
Marcalain (Marcellus), Mariain (Marius), Marsain (Marsaeus), Muniain (Munio),
Senosiain (Sinesius), Paternain (Paternanum), Urabain (Urbicus), Urbicain
(Urbicus), etc. Costumbre que continuó en la Edad Media, como Beslascain, de
Belasco.
Muy
abundante en Álava es la toponimia con el sufijo -ano,
como Amillano (Emilius), Atano y Ataun (Atilius), Arriano (Arrius), Ciriano
(Cyritus), Galdacano (Galdus), Liquiniano (Licinio), Legutiano (Legutius),
Libano (Libius), Lubiano (Lubianum), Luquiano (Lucianum), Miñano (Minianum),
Sendadiano (Sendadianum), Sollano (Sollius), etc. O terminaciones en -ana,
como Añana (Annius), Barberana (Barbarus), Casterana (Castor), Leciñana
(Licinio), Subijana (Subius), etc.
Las
terminaciones -ona y -ango son
de origen euskérico, incorporadas a nombres latinos originales, como Abiango (Avianus),
Berango (Veranius), Durango (Duranius), Cuartango (Quartus), Mallona (Maius),
Lemona (Lemonius), Letona (Letius), etc. Y de la misma manera, ocurre con los
sufijos -az, -ez, -iz,
como Albéniz (Albanus o Alba), Apellániz (Ampelius), Apraiz (Apricano),
Estíbaliz (Estivus), Gasteiz (Gasteius), Gordéliz (Gordelius), Marquínez
(Marcus), Petríquiz (Petrus), etc.
El
latín dejó su impronta léxica en la toponimia de la costa vasca como
Portugalete (Portuondo), Forua (Forum), Getaria (Cetaria), Irún (Oiasso), Easo
(Oeaso, San Sebastián), etc.
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CALZADAS Y CIUDADES DE LA HISPANIA ROMANA |
Lo
más espectacular de la acción de Roma fue la red viaria que vertebró el
territorio vascón y unió sus ciudades, y las integró al resto de ciudades
hispanas. Fue una de las redes de calzadas más densas de toda Hispania,
mantenida y renovada permanentemente por las autoridades romanas. Por la actual
Navarra circulaban dos de las vías principales del norte de Hispania:
1. la vía
León-La Junquera, que atravesaba, paralela al Ebro,
toda la Ribera.
2. la vía
Astorga-Burdeos (via
Asturica Augusta-Burdigala), que tras
cruzar la Llanada alavesa, entraba por la Barranca, y tras dejar Pamplona se
dirigía a Burdeos por Valcarlos.
La
red secundaria no se quedaba muy atrás; desde Zaragoza y con destino a Pamplona
partía una de las vías más antiguas de Hispania, la cual tras atravesar las
Cinco Villas de Aragón, cerca de Egea de los Caballeros, se dividía en dos: una
para cruzar la Navarra Media a partir de Santa Cara y la otra para transitar
por Sangüesa con destino a Pamplona y terminar en Irún. Dos vías más
completarían el trazado. Según Estrabón, existía, paralela al Pirineo, una
calzada que con origen en Tarraco (Tarragona), a través de Ilerda (Lérida) y
Osca (Huesca), alcanzaba Pamplona para luego unirse en Logroño a la gran vía
que procedía de León, mencionada anteriormente. Y por último desde Alfaro y el
Ebro, partía una calzada que ascendía por la Navarra Media con destino también
en Pamplona.
Este
entramado de calzadas convirtió a Pamplona en un núcleo fundamental de
comunicaciones, ya que todas las vías de la zona del valle medio del Ebro menos
una pasaban por esta ciudad, y cuyo desarrollo permitió en la capitalidad del
futuro reino de Navarra. El otro gran beneficio fue su contribución a la
integración, no solo del territorio de los vascones, sino del todo el valle del
Ebro y la Hispania romanizada.
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VILLA DE LAS MUSAS DE ARELLANO |
Los
territorios de las tribus indoeuropeas caristios, várdulos y autrigones,
asentados en el actual País Vasco, también experimentaron una notable
romanización, aunque en menor intensidad que las tierras vasconas.
En
territorio autrigón, se construyó el Portus Amanum, en Castro-Urdiales,
en el que Vespesiano fundó la colonia para veteranos de Flaviobriga; y la villa de Otañes.
En
territorio caristio, destaca la importante cantidad de yacimientos encontrados
en la ría de Guernica y sus alrededores, tales como estructuras portuarias,
edificios, hornos, explotaciones mineras y varios tipos de asentamientos.
También se hallan testimonios numismáticos en la ría y el casco urbano de
Bilbao, Tritium Tubolicum, en Motrico, así
como en otras localidades como Sopelana, Plencia y Bermeo.
En
territorio várdulo, se construyeron el puerto y ciudad de Oiasso (Irún),
y el fondeadero de Fuenterrabía. Son sobresalientes los hallazgos que se han
encontrado en Irún, diversas estructuras constructivas como la estructura de
madera del muelle y el varadero de la ciudad de Oiasso, una necrópolis, unas
termas, un pequeño templo en los cimientos de la actual ermita de Santa Elena,
y numerosos restos numismáticos, vítreos y cerámicos. Otras prospecciones
dibujan un núcleo urbano de 12 a 15 hectáreas, con una planta reticular, en
donde había almacenes, tiendas y talleres. Se cree que también poseía un foro y
un teatro.
Oiasso era
la base comercial de las rutas marítimas desde las que partía la distribución
de mercancías hacia el interior, al valle del Ebro y a las grandes calzadas
romanas que pasaban por la actual Navarra. Las ánforas halladas en Oiasso
demuestran que, incluso al final del Imperio romano, el aceite y el vino de
Bizancio llegaban regularmente a los puertos atlánticos. Además de dedicarse al
comercio marítimo y ser uno de los principales puertos del Mare
Externum, se dedicaba también a la minería.
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MUSEO DE OIASSO |
En Oyarzun,
topónimo proveniente de Oiasso, al pie de las peñas de Aya se encuentran las
minas de Arditurri, tratándose de tres kilómetros de galerías romanas junto a
las explotaciones modernas. Estas minas se dedicaban a la extracción de plata,
la cual era exportada por los romanos desde el puerto de Oiasso. El hallazgo de
galerías de drenaje, notable ejemplo de ingeniería hidráulica romana, indica
que había detrás toda una estructura administrativa.
Es
posible que el hidrónimo Bidasoa tenga su origen en Via ad
Oiasso, tratándose este último de un camino que bordearía la ría y
comunicaría la ciudad y el puerto con el interior peninsular.
Otras
industrias mineras se desarrollaron en Lantzen en Navarra, Banka y Baigorri
Baja Navarra, Escoriaza en Álava, y Somorrostro y Triano en Vizcaya, donde se
extrajeron minerales como el hierro o la plata, para exportarlos a diferentes
partes del Imperio romano. También se extrajo mármol rojo en Ereño. Existió
producción de cerámica en Pamplona, y de vino en las villas navarras de Falces
y Funes; industria de salazón en la Getaria guipuzcoana (topónimo proveniente
del latín Cetaria, "salazón"); y termas romanas en la navarra Fitero.
También en la ría de Guernica y en la del Nervión se han encontrado restos
romanos de puerto y necrópolis.
Los
romanos dejaron guarnecidas las plazas de Pamplona y Bayona desde las que no
irradiaron latinidad, manteniendo en amistosa ocupación las tierras llanas
desde el Ebro hasta una línea más al norte de Tafalla y Aoiz. Eran campos
apropiados para el cultivo de cereales, vides y olivos, y no se preocuparon de
dominar la abrupta montaña, erizada de riesgos, limitándose a conservar
abiertas las vías de comunicación con las Galias. Esta idea es confirmada por
Menéndez Pidal, por Carlos Clavería en su Historia del Reino de
Navarra, o por Juan Carlos Elorza en su Historia
del Pueblo Vasco. Este último historiador estimaba en más de ciento
ochenta las inscripciones romanas en Álava, la más importante la de Veleia,
cerca de Vitoria, y de doscientas cincuenta en Navarra; en cambio, entre
Vizcaya y Guipúzcoa no pasan de veinticinco.
Como
ejemplo de esta falta de aislamiento y del comercio existente se encuentra el
hallazgo de diversas monedas acuñadas en tierras vasconas por la administración
romana, ya desde los primeros años de su dominación, y que han sido encontradas
en diferentes partes de la geografía vasca (denario vascón datado
en la segunda mitad del siglo II a.C.).
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TERMAS DE LA VILLA DE BEIRE |
La
romanización dejó huella en la organización social y religiosa del territorio.
Aparece la
estructura de las clases sociales: por un lado, grandes terratenientes y altos magistrados
y por otro, siervos, esclavos y colonos. Entre ambas, se encuentran los hombres
libres, los dueños de los "fundi" y los labradores sujetos al pago de
"stipendia". En cuanto a la religión, junto a las divinidades propias
(Selatse, Lakubegis) aparecerán dioses romanos.
Respecto
a la Cristianización del pueblo vasco, existen dos
corrientes: una asegura una relativa rápida cristianización, y otra de una
tarea lenta en relación a otros pueblos hispanos. Lo cierto es que el proceso
de cristianización de los vascones se produjo, por lógica, a través de las
calzadas del Imperio romano, y a un ritmo más lento que en otros casos. Por
ejemplo, se tiene noticia de la existencia de martirios y de un obispado en
Calahorra en el siglo V, y también en Pamplona, si bien en la zona norte no se
alcanza una completa cristianización hasta la fase inicial de la Reconquista.
Donde
aparecen muestras de romanización, aparecen muestras de cristianismo.
Realmente, no es tan importante la cuestión de si fue antes o fue más tarde,
sino que lo importante es que el Cristianismo se convertiría en uno de los
pilares y señas de identidad de lo vasco, igual que el resto de pueblos
hispánicos. Los
romanos utilizaron criterios geográficos y étnicos para delimitar las fronteras
políticas de los pueblos bajo su gobierno. La cordillera pirenaica sirvió como
frontera política entre Hispania y Galias. Tras las reformas llevadas al
comienzo de la era cristiana por Augusto, los aquitanos quedaron englobados en la provincia de Nevompopulania de las Galias, al norte pirenaico, mientras que al sur autrigones, caristios, várdulos, berones y vascones quedaron adscritos a la provincial Tarraconenese de Hispania Citerior.
Pero
entre estos últimos se hizo una distinción administrativa en tiempos de
Claudio, también en el siglo I d.C., que supuso la introducción de los conventus
iuridici. Como pueblos diferenciados que eran los várdulos, caristios y autrogones, de raigambre indoeuropea quedaron englobados en el conventus cluniensis (convento cluniense), con capital en Clunia (Coruña de Conde, Burgos); los vascones y berones quedaron adscritos al conventus caesaragustanus (convent caesarugustano), con capital en Caesaraugusta (Zaragoza).
El
último escalón de la estructura territorial estaba formado por las entidades
locales. Estas instituciones fueron las elegidas por Roma para efectuar la
asimilación de los pueblos indígenas. A través de las ciudades se pretendía
transformar el espacio haciendo desaparecer las entidades tribales (gens y nationes).
Había que romper los vínculos de solidaridad que unían a los particulares con
estas viejas instituciones y hacerlos partícipes de una nueva relación
interpersonal como era la ciudadanía. En los textos fueron apareciendo cada vez
menos referencias a ilergetes, vascones, celtíberos o berones, mientras que
aumentaban las referidas a los pampilonenses, calagurritanos o ilerdenses.
Surgió así un mundo nuevo de ciudades.
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NECROPOLIS ROMANA DE ITURISSA |
En
Navarra, en localidades como Cara, Andelo, Cascatum y Pompaelo se comprueba ya
desde el siglo I a.C. una continuidad de hábitats, pasándose de la ciudad
indígena a la romana. La transición entre las antiguas estructuras políticas y
sociales se hizo sin trauma. La presencia de Roma no hizo sino acelerar un
proceso hacia el urbanismo ya iniciado mucho antes. Estas zonas de la ribera
del Ebro y la depresión pamplonesa, conocidas como ager
vasconum (campo de los vascones), quedaron plenamente
insertas en la dinámica del imperio. La epigrafía (inscripciones en materiales
duros) nos ofrece una amplia nómina de personajes ejerciendo labores
religiosas, administrativas y militares en la provincia Tarraconense.
No
ocurrió de la misma forma en el saltus vasconum (montañas de
los vascones), expresión aplicada a las zonas más montuosas al norte de
Pamplona. Se trataba de áreas apegadas a sus costumbres ancestrales y de
difícil asimilación, ya que sus primitivos medios de vida no los hacían
especialmente aptos para integrarse en la economía del imperio. No obstante,
como parte del mismo, estaban obligados al pago de impuestos y a mantener el
orden interno, que garantizara el libre tránsito de personas y bienes por la
importante vía de comunicación que se extendía desde Astorga a Burdeos. Para
asegurar el control del territorio de fundaron ciudades como Oiasso, Iturisa y
Ilumberri (Lumbier).
El ager
vasconum contó con una activa economía agrícola hasta el final
del imperio y sólo hechos aislados como la invasión de francos y alamanes, que
se produjo hacia el año 270, frenaron temporalmente la actividad. Aunque las
fuentes escritas no se refieren a este hecho, los restos de incendios, incluida
Pompaelo, fechados en esos momentos, así como los tesorillos que se van encontrando
indican una situación complicada en esa época.
Tras
este paréntesis violento, las gentes retomaron sus actividades. Sin embargo,
este resurgimiento sólo se produjo en el campo, las ciudades fueron perdiendo
importancia. La aristocracia urbana se trasladó a sus propiedades en el campo,
conocidas como villae, que se convirtieron en unidades
autosuficientes que no precisaban del exterior. A la vez, el complejo entramado
administrativo y económico basado en las ciudades se fue difuminando. Esta
aristocracia latifundista se hizo cada vez más autóctona respecto a las
directrices imperiales, y reforzó su posición sobre los particulares a través
de mecanismos de dependencia social como el colonado.
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RESTOS AQUEOLÓGICOS ROMANOS DE IRUÑA VELEIA |
En esta situación cada vez más inestable aparecieron las menciones de autores como Avieno, Ausonio, o Paulino de Nola el carácter inquieto de los vascones, y que
se han interpretado por algunos autores como reflejo de su conciencia étnica y
su carácter independentista. En el fondo fueron sólo movimientos sociales
protagonizados por gentes que no aceptaban las nuevas relaciones
interpersonales que se estaban implantando y que suponían una merma
considerable de su capacidad de decisión sobre sus propias vidas. En zonas
norteñas, los habitantes de las montañas se encontraban incluso en una
situación mucho peor. La reforma del ejército les privó de un modo digno de
ganarse la vida y las leyes imperiales eliminaban la movilidad social y
obligaban a continuar el oficio paterno. La pérdida de importancia de las
ciudades les hizo más difícil obtener mercancías antes usuales y que su
economía primitiva de carácter pastoril no podía sustituir. En esta tesitura
optaron por conseguirlas por cualquier medio, y el bandolerismo fue una opción
más. Éste se veía además favorecido por su constante movilidad como pastores
trashumantes.
El logro fundamental de Roma no fueron sus conquistas militares, sino el modo por el cual supo gobernar y dar estabilidad a un imperio plurilingüe y plurirracial, entendiendo que la única manera de consolidar y unir los territorios conquistados era hacer partícipes a todos los súbditos de los beneficios del conquistador, hasta tal punto que al final del proceso se identificaban unos y otros. Roma siempre recompensaba la paz, la estabilidad y la colaboración, por un lado, respetaba las particularidades de cada pueblo, por otro, permitía la total incorporación e integración en el mismo sistema político y estructura comercial.
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VILLA DE LAS MUSAS DE ARELLANO |
Cicerón, en diálogo
con Ático, afirmaba que todo hombre tiene dos patrias: la patria geográfica es aquella en la que se ha nacido, y otra, la patria
jurídica es la adquirida en razón de la ciudadanía, es la
llamada communis, la patria romana. Ambas son compatibles, según Arpinate,
siempre y cuando la fidelidad a la patria romana esté por encima del amor por
la patria geográfica.
Fueron
3 elementos los que se forjaron en la relación de Roma con esta parte del valle
del Ebro:
1. la
conquista facilitó la creación de un único pueblo, vascón, a partir de 3
tradiciones históricas y culturales muy distintas. Su
aceptación del nuevo marco político romano y su plena colaboración, facilitó el
surgimiento de una sociedad pluricultural que vivirá en total armonía, ya que
las ventajas y novedades de los demás eran asumidas por los otros con total
normalidad.
2. la
romanización contribuyó a desarrollar el territorio con la creación de un
entramado urbano, que aportó prosperidad social y económica de
todo el Valle Medio del Ebro, y convirtió a Pamplona en punto central de
referencia para sus habitantes.
3. la
entrada de nuevas ideas y la aceptación de la cultura romana,
que facilitó la densa red de carreteras, no se impusieron mediante la ruptura
con su pasado, sino mediante la combinación de ventajas que suponía una
civilización más avanzada. La romanización no fue agresiva en esta zona de
Hispania, permitiendo la pervivencia de determinados particularismos.
Con
las migraciones de los pueblos germanos hacia 275, se inició una época crítica
para Vasconia, y el paso de otros pueblos por el Pirineo influyó en la ruptura
definitiva de los vínculos con Roma (407-408).
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BRONCES DE ASTURIAGA |