24/01/2016

Expedición misionera y evangelizadora a las Indias Orientales por San Francisco de Javier


El navarro Francisco de Jaso y Azpilicueta, patrón de Navarra, fue uno de los fundadores de la Compañía de Jesús junto a San Ignacio de Loyola, natural de Javier, donde nació en 1506.

SAN FRANCISCO JAVIER

Su vida religiosa comenzó en París, a donde llegó en 1525 para estudiar filosofía en la Universidad de la Sorbona a la edad de 19 años. En el colegio de Santa Bárbara de esta ciudad estudó bajo la protección de la corona portuguesas. En 1528 obtuvo el grado de licenciado. Según las fuentes de la época, le retrataron como un tipo bien plantado, muy activo e inteligente. Durante su estancia en el colegio conoció a dos personalidades importantes del siglo XVI: uno es un estudiante suizo con fama de arrogante, Juan Calvino; el otro es un guipuzcoano algo mayor y un poco extravagante, vestido con harapos, medio cojo, que vivía de las limosnas, sumergido en el fervor religioso, San Ignacio de Loyola, autor de los Ejercicios Espirituales.

El encuentro fue determinante en la vida de Javier. Ignacio había sido militar y había combatido, bajo las banderas de Castilla, en el bando de los beaumonteses contra la familia de Javier, del bando de los agramonteses satélites de Francia. En el sitio de Pamplona, Ignacio quedó herido de una pierna y casi le costó la vida.

Después de un camino de discernimiento mutuo, Ignacio se fue ganando la amistad del navarro, Francisco fue tocado muy profundamente por una frase que determinaría el rumbo de su vida: "¿de qué sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?". Francisco prefirió ganar su alma y la de muchos.

En torno al guipuzcoano se fue creando una pequeña comunidad: el saboyano Pedro Fabro, el portugués Simón Rodríguez, los castellanos Diego Laínez, Nicolás Bobadilla y Alonso Salmerón y el propio navarro Franco Javier.

Una idea les obsesionaba, viajar a Tierra Santa y conquistar las almas, en una nueva cruzada, pero esta vez de carácter apostólica. El 15 de agosto de 1534, esta pequeña comunidad se recogió en la cripta de Montmartre. Bajo la dirección de Ignacio, pronunciaron votos de pobreza y castidad, y se comprometieron a peregrinar a Jerusalén. Y decidieron que, caso de no haber podido viajar antes de un año, se pondrían a disposición del Papa, y de esta manera se fundó la Compañía de Jesús.

CASTILLO DE JAVIER

El viaje a Tierra Santa fue extremadamente peligroso, porque entre piratas berberiscos y galeotas otomanas, el Mediterráneo había dejado de ser europeo. El único puerto relativamente seguro era Venecia, pero para llegar había que atravesar Francia e Italia, que estaban en guerra. La comunidad lo intentaba a través de Alemania y Suiza, y en penosas condiciones, viviendo de limosnas y cuidando enfermos para sufragar gastos.

En 1537, llegaron a Venecia, donde navarro y guipuzcoano se ordenaron sacerdotes. Al año siguiente viajaron a Roma para recibir la bendición del papa, Pablo III.

El proyecto de viaje a Tierra Santa resultaba muy difícil ya que el pirata Barbarroja causaba el temor en los mares Adriático y Mediterráneo debido a la guerra entre venecianos y otomanos. La Compañía se dedicó a realizar obras de caridad en varias ciudades italianas, mientras que Francisco Javier se quedaba en Roma junto a Ignacio trabajando como secretario y ayudándole en la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús.


SAN FRANCISCO JAVIER Y SAN IGNACIO DE LOYOLA

En 1540, se les presentó el embajador de Portugal, Mascareñas, que pedía a Ignacio misioneros para evangelizar las Indias Orientales a raíz de una petición de Juan de Portugal. El Imperio luso había establecido numerosas factorías desde África hasta la India y el mar de China. Esa fue el destino de Javier: la gran expedición misionera en el Imperio marítimo portugués.

Zarpó desde Lisboa el 7 de abril de 1541, cuando tenía 35 años. El itinerario hacia las Indias Orientales fue el portugués, es decir, doblando África por el sur en dirección Este y atravesando el océano Índico, en lugar de la ruta española, doblando el estrecho de Magallanes y atravesando en Pacífico. Con él, partieron el italiano fray Pablo de Camerino y el portugués Francisco Mansilhas. Otros cuatro navíos completaban la flota. En el barco viaja el gobernador de la India, Martín Alfonso Sousa y, además de la tripulación, hay pasajeros, soldados, esclavos y convictos; gente de toda clase entre los que Javier tuvo que mediar en reyertas, combatir la blasfemia, el juego y otros desórdenes, y catequizarlos a todos.

Durante el viaje sufrió las grandes marejadas del Atlántico, después el intenso calor de la zona ecuatorial pudre el agua y los alimentos, y por último las grandes calmas del océano que provocan un parón en el golfo de Guinea. Con el barco inmóvil, se declara la peste y el escorbuto a bordo. Javier convierte su camarote en enfermería, dedicándose a cuidar a los enfermos y arrojar los cadáveres al mar.

Tras doblar el cabo de Buena Esperanza, realiza su primera parada en Mozambique. Durante su estancia de un año, ayuda en el hospital y percibe la realidad del trato que se da a los negros, lo cual le lleva a tener los primeros enfrentamientos. Después sigue por la costa este del África oriental y efectúa escalas en Melinde y Socotora, pequeños puertos entregados a su propia suerte, donde marinos árabes comparten soledad con mercaderes portugueses, misioneros de vida precaria y nativos africanos.


TRAYECTO DE LA EXPEDICIÓN MISIONERA

Por fin, la expedición llegó a Goa, en la costa occidental de la India, el 7 de mayo de 1542. Era una brillante ciudad hindú capturada por los árabes y, después conquistada por Alfonso de Alburquerque para la corona portuguesa. Capital del Imperio portugués de oriente, contaba con más de 225.000 habitantes y más de un centenar de iglesias y conventos de dominicos y franciscanos. Desde Goa organizó sus expediciones evangelizadoras y misionales.

Javier residió en Goa y alrededores durante cinco años como delegado del Papa, reorganizó la catequesis y el sistema de evangelización basándose en el catecismo de Juan Barros, tradujo los textos sagrados a las lenguas vernáculas, asistía a moribundos y cura enfermos, visitaba a presos y socorría a pobres, abrió escuelas, colegios y dispensarios, bautizaba y catequizaba a miles, y descubrió a todos el amor de Dios.

Goa se convirtió en la base de operaciones de todas las misiones en Asia. Allí se instaló el Seminario de San Pablo y desde allí partió la misión jesuita al Tíbet con el sacerdote portugués Andrade: el primer europeo que entró en la ciudad de los lamas.

Hacia octubre de 1542, viajó por los pueblos de los pescadores de la costa del sur de la península, con intención de revitalizar el cristianismo, casi perdido por falta de sacerdotes. Para lograr un acercamiento más intenso, se dedicó a aprender la lengua del país. Evangelizó a los indios Paravas y recorrió las ciudades de Tuticorrín, Trichendur, Manapar y Combuture. Encontró la oposición de los brahmanes, que habitaban las pagodas de la región. Aprendió tamil y tradujo a esa lengua parte de los textos cristianos y una plática sobre el cielo y el infierno.

SAN FRANCISCO DE JAVIER EN LA INDIA

Pasó casi tres años desempeñando la labor misionera en el oeste de la India. En sus andanzas llegó hasta Sri Lanka. En noviembre de 1543, se encontró con sus compañeros Micer Paulo y Mansilla en Goa y se entrevistó con el obispo de la ciudad, Juan de Alburquerque, para pedirle misioneros. El obispo destinó a 6 sacerdotes para esa labor.

Con los nuevos colaboradores marchó de nuevo a la Pesquería, donde estableció un sistema de asignación de territorios a un responsable, el cual debía de mantenerle informado del devenir de la misión. Una vez organizado ese territorio, partió hacia Manapar y el distrito sur, donde permaneció un mes con los makuas, bautizando a más de 10.000.

Durante 1544, estuvo realizando más de veinte viajes de evangelización. El rey de los hindúes de Ceilán del norte, Jaffna, ordenó la ejecución de seiscientos cristianos en Manar. Ante estas noticias, Francisco volvió a Goa y habló con el gobernador, Martín de Sousa, para acompañar a la expedición punitiva para castigar las acciones contra los cristianos. Por diferentes causas dicha acción nunca se llevó a cabo.

Durante tres meses Francisco Javier estuvo aprendiendo una base del idioma y se familiarizó con la cultura local; también tradujo, con ayuda de gentes entendidas, la parte básica de los textos de la doctrina católica. Ese mismo año escribió al rey de Portugal Sobre las injusticias y vejaciones que les imponen los propios oficiales de Vuestra Majestad.

SAN FRANCISCO JAVIER

En 1545, continuó su misión de predicación en las islas Molucas en compañía de Juan Eiro, llegando a Malaca poco después y terminando en la isla de Mindanao, siendo San Francisco Javier el primer apóstol de Filipinas.

Desde 1546 hasta 1548, no paró de viajar. Salió hacia las islas de Amborio y Ternate, después de escribir las Instrucciones para los catequistas de la Compañía de Jesús. Recorrió diferentes islas de la región y en Baranula (Ceran), continuando por Ternate, rico centro comercial de especias y última posesión portuguesa, las islas del Moro, y terminando de vuelta en Cochín.

Después de seis años en Asia, realizando labores de reordenación y supervisión de las misiones establecidas en India y Molucas, donde se sintió decepcionado con el deterioro sufrido, recibió la noticia de que un rey de Japón desea convertirse. Japón estaba muy lejos; hasta allá el mar estaba lleno de piratas; no había tropas portuguesas para cubrir el camino, pero Javier resolvió acudir a la llamada. Terminó siendo otro viaje portentoso y terrible, como de antigua leyenda. Para empezar, no había barcos disponibles, pero el viaje urgía, porque la estación de los vientos favorables se acercaba. El capitán de Malaca, Pedro de Silva, hijo del gran marino Vasco de Gama, no pudo ofrecer a Javier otra cosa que el junco del pirata chino Aván. Como Silva no se fía del chino, apresó a su mujer, confiscó sus bienes y le hizo jurar que irá directamente al Japón en cuanto soplase el viento.

Fue el 24 de Junio de 1549 cuando en el junco de bambú se apelotonaron doscientos hombres y trescientos sacos de pimienta, tan valiosa como el oro. Viajaban con Javier el valenciano Cosme de Torres y el cordobés Juan Fernández. Después de mil peripecias, donde no faltaron los piratas, los tifones, las triquiñuelas de Aván y hasta un encuentro con la escuadra imperial china, con el último viento del sur lograban arribar un 15 de agosto a Kagoshima, entonces capital del reino Sur del Japón.

SAN FRANCISCO JAVIER EN KAGOSHIMA

En esta ciudad permaneció durante un año, aprendió el idioma japonés, e hizo traducir la obra Declaración de los artículos de la Fe. Para responder a las preguntas que los transeúntes realizaban se valió de un intérprete. Se ganó la confianza del señor feudal de la provincia, Shimazu Takahisha, pero también sufrió las hostilidades de los bonzos.

Creyó en la posibilidad de que si el rey se convirtiera al catolicismo, el pueblo también los haría, por ello, en 1550 se dirigió a Miyako, principal ciudad de Japón, situada en la parte central. Fundó una pequeña colectividad cristiana en Hirado. Llegó a Yamaguchi, luego a Sakai y finalmente a Miyako. Aquella ciudad sufría las penalidades de una guerra, por eso se instaló en Yamaguchi, obteniendo del príncipe la garantía de respeto a los conversos al cristianismo. Ante esa perspectiva estuvo realizando, junto con sus dos compañeros, una intensa labor de predicación y la creación de una pequeña comunidad católica. Muchos de los convertidos eran samurais. La oposición del clero local, los bonzos, fue siempre fuerte.

Tras dos años de misión, Javier logró difundir el Evangelio en algunas ciudades del sur suscitando interés y fundando comunidades cristianas que más tarde crecerían muy rápidamente. Llegó a la conclusión de que la cultura japonesa dependía de la cultura china, y que si lograba sembrar el evangelio en China, entonces el Japón lo abrazaría. Ideó un plan para misionar en China.

Utilizando su título de embajador de Portugal, fue recibido en septiembre de 1551 por el príncipe de Bungo. Aquel gobernador quedó tan encantado con el sacerdote que otorgó su permiso para predicar, su protección oficial y le cedió un antiguo templo budista para que se alojase mientras estuviese ahí.

Un mes después y dejando algunos conversos, Francisco Javier regresó a la India aprovechando la llegada de un navío portugués a Funai. Quedó alertado por las noticias que le llegaron sobre las crecientes dificultades y abusos que se cometían en la India tanto entre los misioneros como entre las autoridades portuguesas.

El viaje de vuelta fue a bordo de la nao Santa Cruz, que capitaneaba Diego de Pereira, quien le ofreció la idea de organizar una embajada a China en nombre del rey de Portugal para entablar negociaciones de paz. Cuando llegó a Malaca se enteró de que la India había sido nombrada provincia jesuítica independiente de Portugal y que él es su provincial.

En 1552 llegó a Cochín y a Goa. Después de solucionar algunos problemas de las misiones, comenzó a preparar la expedición a China. Él mismo lo explicaba así:
"La China es una tierra grandísima, pacífica y gobernada con grandes leyes, hay un sólo rey, y es en gran manera obedecido. Es un riquísimo reino y abundantísimo. Estos chinos son muy ingeniosos y dados al estudio, principalmente a las leyes humanas sobre la gobernación de la república; son muy deseosos de saber. Si acá en la India no hubiere algunos impedimentos que me estorben la partida, este año espero ir a la China por el gran servicio de Dios nuestro Señor que se puede seguir, así en la China como en Japón; porque sabiendo los japoneses que la ley de Dios la reciben los chinos, han de perder más presto la fe que tienen a sus sectas. Grande esperanza tengo que así los chinos como los japoneses, por la Compañía del nombre de Jesús, han de salir de sus idolatrías y adorar a Dios y a Jesucristo, salvador de todas las gentes."

En abril de 1552, partió hacia China, acompañado de otros evangelizadores. El viaje se retrasó, llegando a la isla de Sanshoan a finales de agosto. Esta isla era el lugar de encuentro entre los mercaderes chinos y portugueses y punto de embarque hasta el continente, dista unos veinte kilómetros de la costa y está situada a cien kilómetros al sur de Hong Kong. Nunca llegaría a China. El 3 de diciembre de ese año moría Francisco de Javier cuando contaba 46 años de edad, víctima de unas fiebres. Su cuerpo fue conducido a Goa, donde llegó en la primavera de 1554, siendo enterrado en esa ciudad.

MONUMENTO EN KAGOSHIMA

Aquí terminó la expedición evangelizadora y misionera de Francisco de Javier que fue el precedente de futuras misiones cristianas en Asia.

Fue canonizado el 12 de marzo de 1622 por Gregorio XV, con el nombre de San Francisco Javier, al mismo tiempo que Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Felipe Neri e Isidro el Labrador.

Por su inestimable empresa en las Indias, Benedicto XIV le concedió el título de Patrono Universal de las Misiones de Oriente en 1749. Se conservaron algunas de las cartas que San Francisco escribió a San Ignacio. También hay pequeños escritos catequísticos conocidos, como el pequeño catecismo (1542), y el gran catecismo (1546). Con motivo del V Centenario de su nacimiento se multiplicaron los estudios y ediciones en la red y en papel.

En 1949, en el monte del castillo de Kagoshima, aquella ciudad japonesa, se elevó una piedra con la siguiente inscripción:
"Este es el lugar donde el príncipe Shimazu Takahisa se encontró con el misionero Zabiel."

MONUMENTO EN KAGOSHIMA

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