El Neolítico (5.500-3.000
años a.C.) aparece mediante una serie de cambios en los medios y usos de vida
del hombre prehistórico que habita los actuales territorios de Euskalherria,
considerándose esta como una delimitación geográfica muy difusa. La Revolución
Neolítica se basó en el cambio de la piedra tallada a la pulimentada, la
práctica de la agricultura, la cría de animales domésticos, la reagrupación de
chozas familiares formando pequeños poblados y la aparición de la cultura de
dólmenes. Aparecen los primeros utensilios de metal en convivencia con los de
piedra, basadas en hachas y azuelas de piedra pulimentada para el trabajo de la
madera e instrumentos para el aprovechamiento de recursos vegetales: hojas de
sílex que servían para la siega y molinos de mano. También aparecen las
primeras cerámicas, vasos cardiales y vasos decorados con incisiones, inventos
de origen mediterráneo.
Durante
el Neolítico, las tierras vascas fueron territorios accesibles a las relaciones
con otros pueblos y lugares de paso. Mediante estos contactos humanos y
relaciones culturales adquiridos con otros pueblos peninsulares, se genera una
cultura más avanzada, aparece una nueva economía, con nuevos utensilios de
trabajo y grupos humanos mixtos surgidos mediante el cruce étnico y cultural.
Este progreso no fue fruto de una evolución interior de las gentes de las
cuevas cántabro-pirenaicas. Nunca existió un aislamiento de los vascones, ni
como etnia ni como territorio, ni existió una pureza étnica y cultural durante
el Mesolítico y el Paleolítico. Esta conclusión está comprobada por
prehistoriadores de la talla de Caro Baroja, Pericot, Maluquer, Martín Almagro, Camón, José Antonio Vaca de Osma, etc.
Aun
así, es posible que reducidos grupos humanos originarios de la cultura
magdaleniense del Paleolítico acentuaran sus características antropológicas,
posiblemente vascoides, y pudiera establecerse un sustrato en la población
vascona y hablasen un reducido y originario lenguaje básico del euskera, el
cual se fue nutriendo de aportaciones extranjeras. Esta otra aportación es a la
que llegó Montenegro Duque.
Las
tierras alavesas se convirtieron en puente entre las cuencas del Duero y el
Ebro con las tierras de Vizcaya, Guipúzcoa y el Pirineo navarro. Se pueblan la
llanura alavesa y la ribera navarra, donde los dólmenes son de mayor tamaño y
número que los de la costa y la montaña. Precisamente, el más grande de los
dólmenes es el alavés de Aizkomendi. Son mayoría los dólmenes de cámara simple
(con una sola estancia principal, de planta cuadrada o poligonal); otros son
los de corredor, con una cámara precedida por un corredor o pasillo, y las
galerías cubiertas. La época de la llamada cultura pastoril dolménica se
desarrolló entre los años 3.000 y 2.000 a.C.
MONOLITO DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE ÁLAVA
Hacia
el año 2.000 a.C. llega al sistema cántabro-pirenaico una revolución
cultural y económica procedente del sur que modifica los hábitos de
vida, sus usos y costumbres. Supone el tránsito del tallado y pulimentado de la
piedra o Edad de Piedra al trabajo de los metales o Edad de los
Metales (3.000-0 años a.C.). Se incluyen en este periodo, las edades
del cobre, del bronce y del hierro.
Por
el oeste, estas nuevas corrientes se desplazan desde la tierra lusitana,
siguiendo la franja costera del mar Cantábrico y remontando el río Duero
arriba, a través de Bardulia y Álava. Por el este, desde la costa levantina por
los Pirineos orientales y el valle del río Ebro, penetrando en la Rioja, Álava
y la ribera navarra.
Las
nuevas corrientes culturales explotaron por primera vez los ricos yacimientos
cupríferos del territorio vasco: Vilarreal, Axpe, Baigorri, Sant Juan de Pied
de Port, Arrazola, Amezketa, etc. Y esta primitiva industria metalífera enraizó
en los habitantes del Pirineo navarro, emparentados con pobladores paleolíticos
cántabro-pirenaicos, hasta convertirse en una costumbre y tradición perdurable
a través de los tiempos, como aseguran Barandiarán, Caro Baroja y Pericot.
Entre estas costumbres relacionadas con el trabajo del metal y del dolmen
producen se encuentran el culto al hacha, las danzas del plenilunio, el
sepulcro a lado de los templos megalíticos, la utilización de talismanes, etc.
Se
producen cambios en el rito funerario, la costumbre neolítica de inhumar los
cadáveres en el suelo de cuevas se va sustituyendo, desde fines del Neolítico,
por depósitos colectivos en galerías interiores de cuevas y, sobre todo, en
dólmenes, donde los muertos se ordenan en el interior de las cámaras funerarias
adornados con colgantes de hueso y piedra, y acompañados de vasijas (cerámica
campaniforme), armas y otros utensilios.
Por
otra parte, esta costumbre del Pirineo navarro no quedó arraigada en la
población de Álava y de la Navarra meridional de origen mayoritario
mediterráneo e indoeuropeo, por lo que se generó una gran diferencia étnica y
cultural entre las gentes del sur y del norte de Navarra.
En
el resto del actual País Vasco, las gentes de la cultura dolménica formaron
grupos uniformes, que quedaron reducidos ante la llegada de los várdulos,
caristios y autrigones. Estas tribus celtas tenían raigambre indoeuropea y
procedían del centro de Europa, a través de Oeaso (Irún) y Orreaga
(Roncesvalles). Las migraciones indoeuropeas que se sucedieron hacia 1.500 a.C.,
en plena Edad de Bronce (2.000-1.000 a.C.), supusieron, por un lado, el
asentamiento de las poblaciones, sobre todo en la Ribera y la Navarra Media;
por otro lado, el desarrollo de la agricultura, el manejo de armas y utensilios
de metal y las nuevas concepciones sobre la vida. Entre estas herramientas,
armas y utensilios domésticos de cobre y bronce abundaban los punzones,
puñales, puntas de flecha, varios tipos de hacha, pulseras, anillos, cuentas de
collar, etc.
TERRITORIO DE LOS VASCONES
Durante
la Edad del Bronce, surgen con mayor frecuencia las reuniones de
cabañas al aire libre, formando pequeños poblados y sustituyendo a las cuevas
del Paleolítico y Mesolítico, como el hogar del habitante vascón. Este proceso
iniciado en el Neolítico se consolida en la Edad de los Metales, la aparición
de fondos de cabañas y talleres de industrias líticas. Las cabañas se agrupan y
dotan de elementos comunes, como pozos, silos o murallas.
Desde
la Edad del Hierro hasta el inicio de la romanización, se
generalizaron en el sudoeste de Europa innovaciones culturales de origen
foráneo como técnicas y decoraciones de la cerámica y de los objetos metálicos,
construcciones, ritos funerarios, onomástica y toponimia, creencias religiosas
y simbología artística. En ellas se reconocen varias vías de influencia sobre
las gentes que entonces poblaban el País Vasco: la cultura de Las Cogotas de la
Meseta, los pueblos célticos del otro lado del Pirineo y otros grupos de Aragón
y Cataluña. Son campesinos que viven de la agricultura y de la ganadería de vacuno,
ovino y porcino.
Las
casas se organizan en manzanas y calles; algunos poblados tienen muros,
dispuestos a veces en alineaciones concéntricas separadas por fosos. Hay casas
de planta rectangular y cubierta a una o dos vertientes y otras de planta circular
y cubierta en forma de cono. Su construcción es muy cuidada, con un podio de
cimentación sobre el que se levantan paredes de piedra o adobe trabadas con
pies de madera y, muchas veces, manteadas de barro, estando dotadas de bancos,
hogares, silos y hornos, recipientes mayores para conservar el agua y el grano,
cerámica varia de cocina, pesas de telar, molinos de mano y morillos forman
parte de su mobiliario. Componen el efectivo de uso personal de aquellas
gentes: pulseras, fíbulas, broches de cinturón y botones de cobre o bronce,
cajitas cerámicas y vasijas de lujo, algunos idolillos y muñecos de barro y
varias joyas.
En
la Edad del Hierro se practica de forma generalizada la incineración de
cadáveres, conservándose las cenizas en urnas cerámicas que se depositaban en
un pequeño recinto de losas o bajo túmulos de tierra. Las tumbas de
incineración se agrupaban en campos de urnas no lejos de los grandes poblados.
Tras
la llegada de los romanos, los historiadores y cronistas describen con acierto
y rigurosidad de detalles los pueblos y tribus que habitan la península
Ibérica. El historiador romano Plinio el Viejo describió en
su Geografía de esta manera a los vascones:
"Todos
estos pueblos que en los montes habitaban, eran gente que comía poco, son
sobrios, no beben más que agua, duermen en el suelo. Comen mucha carne de
cabrones, los sacrifican a Marte y también prisioneros y caballos... Los
montañeses se alimentan en dos épocas del año de bellotas, secándolas,
moliéndolas, y haciendo pan con esta harina; las conservan largo tiempo. A
veces beben una especie de cerveza (sidra) porque la tierra escasea en vino, y
cuando se proveen de el, lo consumen las fiestas familiares. A falta de aceite
comen grasa y la manteca de las vacas. Tienen sal purpúrea, que molida se
convierte en blanca. Cultivaban el mijo y el lino. Las mujeres labran los
campos, y cuando paren, hacen acostar a los maridos y ellas les sirven. Comen
sentados sobre bancos construidos a lo largo de las paredes donde se alinean
según el rango y la edad, haciendo circular de uno a uno los alimentos.
Utilizan recipientes de madera para comer, y vasos de cera como los celtas para
beber. Mientras se sirve la bebida, bailan al son de la gaita y flauta, y
saltan cayendo sobre sus piernas dobladas. Llevaban
el cabello crecido y largo como las mujeres, y al combatir se cubren con mitras
la cabeza. Los
hombres van vestidos de negro, con sayos, y las mujeres gastan ropas coloridas
con adornos de flores. Se calzaban "abarcas". Organizan
certámenes gimnásticos, ejercitándose en el manejo de las armas, en montar a
caballo, en el pugilato y en la carrera y en los combates de escuadrones. No
tenían más que barcas de cuero hasta los tiempos de Bruto para las inundaciones
por las mareas (esteros) y para las lagunas, pero ahora emplean troncos de
árbol a modo de canoas. Su
moneda consiste en pequeñas láminas o planchas de plata, que se servían de ello
para sus transacciones mercantiles, como numerario, aunque practican también el
trueque. Ofrecen al dios Ares sacrificios de animales y también de cautivos.
Los criminales son precipitados desde lo alto de una roca, los parricidas son
lapidados fuera del territorio de su tribu o de sus ríos. Se casan a la manera
de los griegos. Los enfermos son expuestos al público, como los egipcios, a fin
de tomar consejo de los que hayan sanado de semejante accidente. Tenían
reputación de augures, de adivinos y adoraban la luna durante la noche. Imitan
a las fieras, no tan sólo por la fortaleza, sino también por su fiereza y
crueldad. En la guerra cantábrica, algunas madres mataron a sus hijos para que
no cayesen en poder de sus enemigos. Y un niño, habiendo cogido un puñal, dio
muerte, por mandato de su padre, a éste, a su madre y a todos sus hermanos
prisioneros; y esto mismo ejecutó una mujer con otros cautivos y consigo misma.
Uno, habiendo sido llevado a la taberna, se arrojó él mismo a la hoguera... Este
es el modo de vivir de aquellos montañeses que terminan al lado septentrional
de España: de los gallegos, digo, asturianos y cántabros, hasta los vascones y
Montes Pirineos, pues todos viven de un mismo modo. Pero la inhumanidad y
fiereza de costumbres, no tanto les proviene de la guerra como de tener morada
alejadas de otros, porque los viajes hacia ellos son largos por tierra y por
mar. Con lo cual ha sucedido que, no comerciando, han perdido la sociedad y la
humanidad.
Bien que hoy ya padecen
menos ese defecto por causa de la paz y por los viajes que los romanos hacen
hacia ellos. Aquellos a quienes toca menos parte de esto son más intratables y
más inhumanos: vicio que no es mucho que suceda, añadiéndose a algunos la
incomodidad de vivir en lugares muy montuosos. Pero ya, como dije, todas las
guerras se acabaron. Porque César Augusto sujeto a los Cántabros, que son los
que hoy ejercitan más los pillajes, y también a sus vecinos; y los que antes
talaban los campos de los aliados romanos, ahora llevan las armas en defensa de
los mismos romanos, como los Coniacos y los que moran junto a las fuentes de
donde tiene su origen el río Ebro, exceptuando los Tuisos. Y Tiberio, que
sucedió a Augusto, habiendo puesto en aquellos lugares tres cohortes, las
cuales Augusto había destinado para eso, no sólo los apaciguó, sino que alguno
de ellos los hizo tratables..."
ÍDOLO DE MIKELENDI